Johann Hari: todo lo que sabemos sobre la guerra contra las drogas y la adicción es incorrecto

Reportaje04 de febrero de 2015

Mientras en el nuevo presupuesto el presidente Obama pide $27,6 mil millones de dólares para el programa federal de control de drogas, hablamos con el periodista británico Johann Hari sobre la centenaria y fallida guerra contra las drogas y cuánto de lo que sabemos sobre la adicción es incorrecto. En los últimos cuatro años Hari viajó a Estados Unidos, México, Canadá, Uruguay y Portugal para investigar su nuevo libro “Chasing the Scream: The First and Last Days of the War of Drugs” (Tras el grito. Un relato revolucionario y sorprendente sobre la verdadera historia que se esconde detrás de la guerra contra las drogas). Sus hallazgos pueden sorprenderlo: desde la persecución del gobierno de EE.UU. a Billie Holiday, al exitoso tratamiento de la epidemia de heroína en Vancouver y el experimento de despenalización total de las drogas en Portugal.

Transcripción
Esta transcripción es un borrador que puede estar sujeto a cambios.

JUAN GONZÁLEZ: Dentro del nuevo presupuesto presentado por el Presidente Obama se ha prestado muy poca atención a la partida destinada a la lucha contra el narcotráfico. La Casa Blanca quiere asignar 27,6 mil millones de dólares a programas federales de control de drogas, casi mil millones más que el año pasado. Más de la mitad de ese dinero será destinado a la aplicación de las leyes y políticas sobre drogas por parte del Pentágono, el Departamento de Seguridad Nacional, el Departamento de Justicia y la oficina del “Zar antidrogas”. También se solicitan cientos de millones de dólares para la lucha contra el narcotráfico en Colombia, México y Centroamérica. El presupuesto también incluye una partida que abriría un camino a la legalización de la venta de marihuana en Washington D.C..

AMY GOODMAN: Bueno, en la última parte del programa de hoy analizamos la política estadounidense de guerra contra el narcotráfico con el periodista británico Johann Hari, cuyo nuevo libro se titula: “Chasing the Scream: The First and Last Days of the War of Drugs” (Tras el grito. Un relato revolucionario y sorprendente sobre la verdadera historia de la guerra contra las drogas). El libro comienza remontándose a la sanción de la Ley Harrison de Impuestos sobre Narcóticos, un siglo atrás. Dicha ley dio pie a la actual guerra contra las drogas, no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo entero. Además, el libro describe los últimos hallazgos científicos sobre la adicción. Johann Hari recientemente escribió un artículo para el Huffington Post, muy leído por el público, titulado: “Se ha descubierto lo que probablemente causa la adicción, y no es lo que tú crees”. Johann, bienvenido a Democracy Now! ¿Qué es entonces?

JOHANN HARI: Bueno, es fascinante. Si me hubieras preguntado hace cuatro años, cuando emprendí el largo viaje atravesando nueve países para escribir este libro: “¿Qué causa, por ejemplo, la adicción a la heroína?”, te hubiera mirado como si fueras un poco ingenua y te hubiera dicho: “Bueno, lo que provoca la adicción a la heroína es la heroína”. Hace cien años nos vienen contando una historia que se ha arraigado tan profundamente en nuestra cultura, que hemos llegado a naturalizarla. Básicamente, creemos que si tú, yo y —digamos que hay alrededor de 20 personas en esta oficina— si todos tomáramos heroína durante 20 días, al día 21, por los ganchos químicos que tiene la heroína, nuestros cuerpos necesitarían físicamente consumir heroína y entonces seríamos adictos a la heroína. Eso es lo que pensamos que es la adicción a la heroína.

Lo primero que… yo tuve un motivo muy personal para meterme a investigar este tema, porque en mi familia hay un fuerte historial de adicción. Uno de mis primeros recuerdos es tratar de despertar a uno de mis parientes y no poder hacerlo. Y una de las primeras cosas, cuando comencé a observar lo que realmente causa la adicción, hubo algo que me alertó de que podía, de que había algo en esa historia que estaba mal. Alguien me explicó esto: si alguno de nosotros saliera hoy de aquí y fuera atropellado por un auto, Dios no lo permita, y se quebrara la cadera, sería llevado al hospital. Allí, hay una gran probabilidad de que se le administrara un montón de diamorfina. La diamorfina es heroína. Es una heroína de mucho mejor calidad de la que se consigue en las calles, porque es 100% pura y, bueno, no está enormemente contaminada. Y en ese caso, recibiríamos esta droga durante un período bastante largo de tiempo. Esto ocurre regularmente en todos los hospitales de Estados Unidos. En todos los países desarrollados la gente recibe un montón de heroína durante largos períodos de tiempo. Notarás que hay algo extraño en esto: tu abuela no se hizo adicta después de su operación de cadera. Si lo que nos contaron acerca de la adicción fuera correcto, todas esas personas deberían salir de los hospitales con una adicción. Pero, de hecho, no es así.

Cuando me enteré de esto, no sabía muy bien qué hacer al respecto, hasta que conocí a un hombre increíble llamado Bruce Alexander, que es un profesor de Vancouver. Él me explicó que la vieja teoría de la adicción proviene de una serie de experimentos que se realizaron a principios de siglo XX y fueron presentados en una famosa campaña antidrogas de los años 80 en Estados Unidos. Hay un experimento muy simple, que los espectadores pueden probar en su casa si tienen inclinaciones sádicas: se consigue una rata y se la pone en una jaula con dos contenedores de agua. Uno de ellos tiene sólo agua y el otro tiene agua mezclada con heroína o cocaína. Si lo haces así, la rata casi siempre preferirá el agua con droga y casi siempre termina matándose. Y con eso se llegó a la conclusión: eso es la adicción.

Pero en los años 70, Bruce viene y dice: “Un momento. Estamos poniendo la rata en una jaula vacía. No tiene nada que hacer excepto beber agua con droga. Probemos de otra manera”. Así que Bruce construyó el “Rat Park” (el Parque de las Ratas). “Rat Park” es como un paraíso para las ratas. Allí tienen un montón de queso— en realidad, no creo que sea queso sino un alimento bueno que les gusta a las ratas— tienen un montón de bolas de colores y un montón de amigos. Pueden tener un montón de sexo. Todo lo que una rata pueda querer, lo tiene en “Rat Park”. Y ahí están las dos botellas de agua: tienen el agua normal y el agua con droga. Y he aquí lo fascinante. Obviamente, las ratas prueban el agua de las dos botellas; no saben lo que hay en ellas. El agua con droga no les gusta. Las ratas de Rat Park beben muy poco de ella. Nunca tienen sobredosis. Y nunca la usan de una manera que parezca adictiva o compulsiva, lo cual es fascinante. Hay un ejemplo humano realmente interesante; hay montones de ejemplos humanos, pero te daré uno específico en un minuto. Lo que Bruce dice es que esto demuestra que tanto la teoría de derecha sobre la adicción, como la teoría de izquierda, están erradas. La teoría de la derecha es: “Eres hedonista, te enfiestas demasiado, o sea, te permites demasiado, es un defecto moral. La teoría de izquierda es que esto toma tu cerebro, pierdes control sobre él. Lo que Bruce dice es que no se trata de tu moralidad ni se trata de tu cerebro, se trata de tu jaula. La adicción es una adaptación al entorno.

Las implicaciones de esto son realmente enormes, pero hay un ejemplo humano muy interesante, algo que estaba sucediendo justamente al mismo tiempo que el experimento de Rat Park. Se trata de la guerra de Vietnam. El veinte por ciento de los soldados estadounidenses en Vietnam consumía mucha heroína. Y si miramos los informes de la prensa de la época, existía un verdadero pánico relacionado con la vieja teoría de la adicción. Se creía que cuando esos soldados volvieran a casa, de pronto iba a haber una enorme cantidad de adictos en las calles de Estados Unidos. ¿Y que pasó? La evidencia señala que la gran mayoría volvió a casa y dejó de consumir, porque salir de una pestilente selva infernal en la que no deseabas estar y en la que te podían asesinar en cualquier momento, y volver a tu agradable vida en Wichita, Kansas, con tus amigos y tu familia, y una vida que tiene sentido, es el equivalente a que te trasladen de la primera jaula a la segunda. Vuelves a tus conexiones.

Lo que esto nos muestra, creo que tiene enormes implicaciones en la guerra contra las drogas. Obviamente, la guerra contra las drogas está basada en la idea de que los químicos causan la adicción y que tenemos que erradicar físicamente los productos químicos de Estados Unidos. Bueno, creo que eso no sería físicamente posible. Ni siquiera podemos impedir que entren en las cárceles, donde tenemos un perímetro amurallado. Pero consideremos la premisa filosófica detrás de eso, ¿sí? Si los productos químicos no son, de hecho, el principal motor de la adicción, si una gran cantidad, de hecho, la gran mayoría, de las personas que utilizan esos productos químicos no se hacen adictas, si el motor es, de hecho, el aislamiento, el dolor y el sufrimiento, entonces, una política basada en infligir a los adictos mayor aislamiento, dolor y sufrimiento, obviamente es una mala idea. Eso es lo que vi en Arizona. Salí con una cuadrilla de presas a quienes se obliga a cavar tumbas y recoger la basura usando camisetas que dicen “Yo era adicta a las drogas”. O sea, la idea de que infligir al adicto más sufrimiento lo puede ayudar, siendo el sufrimiento lo que causa la adicción, es una locura.

Realmente creo que esto tiene fuertes implicaciones en las políticas que Democracy Now! cubre tan bien y que tanto nos importan. Hemos creado una sociedad en la que muchísimos de nuestros conciudadanos no soportan estar presentes en sus vidas y necesitan automedicarse con estas drogas para poder atravesar el día. O sea, no hay nada… una sociedad hipercapitalista, hiperindividualista hace que la gente se sienta como las ratas de la primera jaula, aislada y desconectada de la fuente vital. Es decir, no hay nada, como explica Bruce, no hay nada en la evolución humana que nos prepare para estar tan aislados como lo está el ciudadano ideal de un país hipercapitalista e hiperconsumista como el tuyo y el mío.

JUAN GONZÁLEZ: En tu libro ahondas en los orígenes de la actual guerra contra el narcotráfico y recopilas información muy sorprendente que muestra que inicialmente se persiguió a figuras claves, personalidades afroestadounidenses del mundo de la música. ¿Podrías contarnos al respecto?

JOHANN HARI: Sí, no muy lejos de donde nos encontramos ahora, en 1939, Billie Holiday actuaba en un hotel y cantaba la canción “Strange Fruit” que, seguramente la audiencia ya lo sabe, es una canción contra los linchamientos. Su ahijada, Lorraine Feather, me dijo: “Tienes que entender lo fuerte que era, ¿sí?” A Billie Holiday no se le permitía entrar por la puerta principal de ese hotel; ella tuvo que usar el ascensor de servicio. Que una mujer afroestadounidense, en una época en que la mayoría de las canciones pop eran más bien cursis, tipo “PS: I Love You”, cantara contra los linchamientos, ante un público blanco, era algo que se consideraba realmente escandaloso. Y según su biógrafa, Julia Blackburn, esa noche viene alguien de la Oficina Federal de Narcóticos y le dice: “Deja de cantar esa canción”. El director de la Oficina Federal de Narcóticos era un hombre llamado Harry Anslinger, probablemente la persona más influyente de la que no se sabe nada.

Harry Anslinger se hizo cargo de la Ofiicina de Prohibiciones justo cuando se estaba levantando la prohibición del alcohol, así que quiso darle un nuevo propósito. O sea, está al mando de una enorme institución burocrática y quiere ejercer su función. Y realmente hay dos pasiones que lo impulsan: un intenso odio hacia la gente afroestadounidense —o sea, es un tipo que era considerado un loco racista por los locos racistas de la década de 1930, que llegó a utilizar la palabra despectiva “Nigger” en informes policiales oficiales con tanta frecuencia que su senador dijo que iba a tener que renunciar— Y un odio muy fuerte por las personas adictas. Entonces, para él, Billie Holiday era como el símbolo de todo lo que estaba mal en Estados Unidos. De modo que le ordena que no cante esa canción. Ella se niega. Básicamente le dice: “Jódete. Soy una ciudadana americana. Voy a decir lo que quiera”. Ella había crecido en una Baltimore segregada y se había prometido que nunca se inclinaría ante ningún hombre blanco. Y ahí es que Harry Anslinger comienza a acosarla sistemáticamente llegando al punto, creo yo, de incidir en su muerte, según lo que me han contado amigos de ella y lo que indica la investigación de archivo.

La primera persona a quien manda a acecharla es un agente llamado Jimmy Fletcher. Harry Anslinger odiaba contratar afroestadounidenses, pero realmente no podía enviar a un hombre blanco a Harlem para acechar a Billie Holiday, porque iba a ser un poco obvio. Jimmy Fletcher la sigue a todas partes durante dos años y ella era tan increíble, que él se enamora de ella. Y toda su vida se queda avergonzado por lo que hizo. Él la arresta. La mandan a prisión. El juicio… ella dijo: “La carátula del juicio fue Estados Unidos vs Billie Holiday, y eso es lo que sentí”. Y cuando sale, le sucede exactamente lo que sucede con todos los adictos en Estados Unidos hoy en día, lo mismo que pasó con esas mujeres que conocí en Arizona: no puede conseguir trabajo. Necesita un permiso para poder actuar en lugares donde se vendiera alcohol, pero no se lo dan. O sea, su amiga Yolanda Bavan me dijo: “La mayor crueldad que se puede tener hacia una persona es quitarle lo que ama”. Así que vuelve a hundirse en la adicción.

A los cuarenta y pocos años, tiene una crisis aquí, en la ciudad de Nueva York y la llevan a un hospital. Y ella se da cuenta de que los agentes de narcóticos no se van a conformar con eso. Y tiene razón. Le dice a un amigo: “Van a matarme allí dentro. No los dejes. Me van a matar”. Estaba en lo cierto. Estando en el hospital le diagnostican cáncer de hígado. Hablé con la única persona que aún vive de las que estuvieron en esa habitación. Estaba esposada a la cama. Le quitan su tocadiscos y sus caramelos. No dejan que sus amigos y amigas la visiten. Alguien convence a los médicos de que le dieran metadona, para lidiar con el síndrome de abstinencia. Comienza a recuperarse un poco. Diez días después, le cortan la metadona. Ahí muere. Su amiga Annie Ross, o sea, hay muchas cosas que… creo que hay un montón de cosas en esa situación que nos dicen mucho acerca de cómo la guerra contra las drogas está fundada en un temor racista. Cuando Harry Anslinger se entera de que Billie Holiday consumía heroína, al mismo tiempo también se entera de que Judy Garland consumía heroína. A ella, él le aconseja que se tome vacaciones un poco más largas y le dice que va a estar bien. Fíjate qué diferencia.

Pero lo más fascinante para mí de la historia de Billie Holiday, algo que realmente me ayudó a pensar en los adictos con quienes he compartido mi vida, es que ella nunca dejó de cantar esa canción. Siempre encontró algún lugar donde cantarla. O sea, iba a cualquier lugar donde la recibieran y cantaba su canción sobre los linchamientos, por mucho que trataran de intimidarla. Y para mí eso es muy inspirador. No sólo me motiva a oponerme al racismo de la guerra contra las drogas, sino también a reconocer realmente el heroismo que pueden tener las personas adictas. En este mismo momento, en todo el mundo hay gente que se siente más fuerte escuchando a Billie Holiday. Y eso es un logro increíble. Y en la gente que he conocido alrededor del mundo que se opone a la guerra contra las drogas, desde un vendedor transexual de crack en Brownsville, Brooklyn, pasando por un científico que daba alucinógenos a las mangostas para ver qué pasaba, hasta el único país que ha despenalizado todas las drogas, hay heroísmo en la resistencia a esta guerra en todo el mundo.

AMY GOODMAN: Johann Hari, tenemos que ir a la pausa y luego volvemos con esta conversación. Su libro se llama: “Chasing the Scream: The First and Last Days of the War of Drugs” (Tras el grito. Un relato revolucionario y sorprendente sobre la verdadera historia de la guerra contra las drogas). [Pausa]

AMY GOODMAN: Escuchábamos “Strange Fruit” de Billie Holiday, aquí en Democracy Now!, democracynow.org, el informativo de guerra y paz. Soy Amy Goodman y me acompaña Juan González. Estamos con Johann Hari, periodista británico cuyo libro recientemente publicado se llama: “Chasing the Scream: The First and Last Days of the War on Drugs (Tras el grito: Un relato revolucionario y sorprendente sobre la verdadera historia de la guerra contra las drogas). Juan.

JUAN GONZÁLEZ: Johann, en los viajes que realizaste por el mundo para indagar en esta historia, has encontrado lugares que han optado por un camino distinto. ¿Podrías contarnos concretamente acerca de Portugal y de la importancia de lo que ha sucedido en Portugal en cuanto a la drogadicción. Y también lo que sucede en Vancouver, donde has pasado un tiempo, ¿es así?

JOHANN HARI: Sí, me entusiasmó mucho lo que vi en esos dos lugares. Fue fascinante conocer los lugares que han abandonado el modelo de la guerra contra las drogas y han probado modos alternativos. En Portugal, en el año 2000, la problemática vinculada a las drogas era la mayor, una de las mayores de Europa. El 1% de la población era adicta a la heroína, lo que es bastante impresionante. Y básicamente, año tras año intensificaban la respuesta al estilo estadounidense —reprimían con mayor dureza— y año tras año el problema se agravaba. Entonces un día el primer ministro y el líder de la oposición se reunieron y dijeron: “Bueno, designemos un panel de médicos para elaborar una solución verdadera a este problema y acordemos de antemano que haremos lo que ellos nos digan que hagamos”. Así que desvincularon el problema de la política.

El panel se pone a trabajar durante un año y medio, dirigido por un hombre increíble llamado João Goulão, y al regresar, dicen: “Bueno, despenalicen todo, desde el cannabis hasta el crack. Pero además — y esta es la parte fundamental— transfieran todo el dinero que se gasta actualmente en arrestar a los consumidores, en encarcelar a los consumidores, en juzgar a los consumidores, y todo eso, a un tratamiento contra las drogas realmente bueno”. Ahora, una parte de eso es la rehabilitación, el apoyo psicológico y ese tipo de cosas. Pero, en realidad, es mucho más, es el aprendizaje que sale del experimento de Rat Park. Nosotros podríamos estar borrachos en este momento. Nosotros tres podríamos estar bebiendo vodka, ¿cierto? No lo hacemos, porque tenemos un trabajo que nos encanta, tenemos algo que queremos hacer, nuestras vidas tienen sentido. El objetivo de la despenalización en Portugal fue reconocer que cada persona adicta necesita encontrarle sentido a su vida. De modo que una de las cosas más grandes que se hicieron fue dar subsidios laborales. Si alguien había trabajado como mecánico y su vida se había desmoronado, iban a un taller y le decían: “Emplea a esta persona durante un año y el gobierno pagará la mitad de su salario”. La idea era que los adictos pudieran volver a conectarse. Sacarlos de la primera jaula y llevarlos a la segunda jaula, por decirlo de alguna manera.

Esto fue hace 15 años, casi 15 años y los resultados están a la vista, son impresionantes. El uso de drogas inyectables se ha reducido en un 50%. O sea, todos los estudios muestran que la adicción se ha reducido significativamente. Las sobredosis se han reducido significativamente. Y una de las entrevistas más emotivas que hice fue a un tipo llamado João Figueira, que había sido uno de los principales opositores a la despenalización, como jefe de la policía antinarcóticos de Portugal. Y él dijo —lo parafraseo, las palabras exactas están en el libro— pero lo que dijo era: “Todo lo que yo había dicho que iba a pasar no sucedió. Y todo lo que los otros tipos dijeron que iba a pasar, sí paso”. Y bueno, habló sobre la vergüenza que sentía por haber pasado 20 años arrestando consumidores de drogas. Y dijo que esperaba que todo el mundo siguiera el ejemplo de su país.

El otro caso realmente increíble, que creo que es particularmente relevante para los oyentes y espectadores de Democracy Now!, es lo que ocurrió en Vancouver. En el año 2000, había un adicto que vivía en la calle, llamado Bud Osborn, que vivía en el barrio Downtown Eastside de Vancouver. Esa era la zona con peores niveles de adicción en América del Norte. Y Bud Osborn veía cómo sus amigos morían a su alrededor. La gente consumiría detrás de los contenedores de basura para que la policía no los viera. Obviamente, ni la policía ni nadie los podía ver. Y Bud dijo: “Tengo que hacer algo. No puedo quedarme sentado viendo morir a todas estas personas”. Pero también dijo: “Soy un adicto qe vive en la calle. ¿Qué puedo hacer?”. Y tuvo una idea muy simple. Le dijo a todos los otros adictos: “¿Por qué no empezamos a patrullar los pasillos entre nosotros? Por qué no… hagámoslo cuando no estamos consumiendo. Podemos rotarnos. Patrullamos y así nos vamos monitoreando entre todos, ante cualquier cosa llamamos a la ambulancia”.

AMY GOODMAN: Escuchemos a Bud Osborn…

JOHANN HARI: Bueno.

AMY GOODMAN: …hablando en 2011, en un foro sobre salud, reducción de daños y derecho en Vancouver.

BUD OSBORN: Dentro mío se prendió una llama, impulsada por el dolor y la rabia, fue como una feroz combustión espontánea que atravesó mi sistema nervioso y rugió en mi cabeza como una explosión psíquica, por otra muerte, por demasiadas muertes innecesarias, muertes por sobredosis. Dos palabras se repetían a gritos en mi cabeza: ¡Ya basta! ¡Ya basta! ¡Ya basta! de este dolor de muertes por sobredosis que nos desgarra, destruye las familias y debilita a las comunidades.

AMY GOODMAN: Escuchábamos a Bud Osborn.

JOHANN HARI: Me emociona verlo. Lo que Bud logró fue increíble. La sobredosis comenzó a bajar, porque ellos estaban haciendo estas patrullas. Entonces los adictos empezaron a sentirse motivados y comenzaron a pensar: “Bueno, tal vez no seamos tan inservibles como la gente siempre dice que somos. Tal vez podamos hacer las cosas de una manera diferente”.

Se enteraron de que en Frankfurt, Alemania, se habían abierto salas de consumo supervisado, donde la gente podía consumir e inyectarse legalmente, bajo supervisión médica y que era algo que había salvado muchísimas vidas. Así que Bud y sus amigos, un grupo grande, comenzaron a seguir al alcalde de Vancouver por todos lados, un tipo llamado Philip Owen. Era una especie de empresario de derecha, al estilo de Mitt Romney, ¿sí? Un tipo que dijo que había que mandar a los adictos a una base del ejército o algo así, ¿sí? Durante dos años lo siguieron a todas partes con un ataúd que decía: “¿Quién va a ser el próximo en morir, Philip Owen, hasta que usted decida abrir una sala de consumo supervisado?”. Y así durante años. Ya estaban un poco desmoralizados. Y un día Philip Owen —hay que darle un reconocimiento eterno por eso— dice: “¿Quién diablos es esta gente?” Y entonces va y se junta con un montón de adictos. Y pasa un montón de tiempo en el Downtown Eastside. Esto le hace abrir el corazón y dice: “No tenía idea de cómo era esto”. Y hace una conferencia de prensa en la que partipa el jefe de la policía, el forense y tienen a un adicto. Y ahí dice: “Nunca más voy a hablar sobre adicción sin que haya un adicto presente. Vamos a abrir la primera sala de consumo supervisado de América del Norte. Nuestra política referida a las drogas va a ser la más compasiva de América del Norte”. Abren esta sala de consumo. En el partido de Philip Owen, un partido de derecha están tan horrorizados que le votan en contra. El candidato que lo reemplaza en el cargo, de un partido más liberal, sigue manteniendo abierta la sala de consumo supervisado.

Y bueno, ahora ya han pasado 15 años, —disculpen, 10 años— y los resultados están a la vista. Las sobredosis se han reducido en un 80%. La esperanza promedio de vida en ese barrio ha aumentado en 10 años. Son cifras que en general sólo se dan cuando termina una guerra. Hablé con Philip Owen y él dice que esa ha sido la medida de la que estaba más orgulloso y que lo volvería a hacer incluso sabiendo que significó sacrificar su carrera política. Y mirando a Bud recién, pensaba… bueno, Bud murió el año pasado. Tenía poco más de sesenta años apenas, pero ser un adicto sin hogar en un contexto de guerra contra las drogas, es algo que le pasa factura a cualquiera. Cuando murió cortaron las calles del Downtown Eastside, el barrio donde había vivido, e hicieron un servicio fúnebre maravilloso. Y mucha de la gente que se congregó allí sabía que estaba viva por todo lo que Bud había hecho. Y a quienes estén viendo esto, les quisiera decir que, bueno, sabemos que los retos políticos que tenemos son grandes y generan desaliento. Especialmente cuando se trata de algo tan enorme como la guerra contra las drogas. Pero tenemos mucho más poder del que nos damos cuenta. Bud era un adicto que vivía en la calle y comenzó un movimiento que ha transformado Vancouver, que ha transformado Canadá y que ha salvado la vida de miles de personas. Si él ha podido hacerlo, nosotros también podemos. Esta guerra lleva ya cien años. Está en nuestras manos acabar con ella ahora.

AMY GOODMAN: ¿Por qué el título “Chasing the Scream” (Tras el grito)?

JOHANN HARI: Ah, es por la historia que conté al principio. Este tipo del que hablábamos antes, Harry Anslinger, que dio inicio a este modelo moderno de guerra contra el narcotráfico, cuando tenía 10 años, esta especie de genio —y no lo digo con admiración— vivía en el campo y en la casa de al lado había una mujer, la esposa de un granjero, que era adicta. Y un día él va a su casa y ella está gritando. Y el granjero le dice: “Ve a la farmacia y comprarle un poco de heroína”, porque en aquel entonces se podía comprar legalmente, un opiáceo, no era todavía heroína. Así que él corre a buscarlo y cuando regresa, ella toma el opiáceo y se calma. Pero a él le quedaron grabados aquellos gritos. Era algo que lo acechaba. Y estaba convencido de que emprendiendo esta gran guerra podría erradicar estas drogas y de ese modo terminar con aquellos gritos. La trágica ironía es que, durante su mandato, provocó muchísimos de esos gritos.

AMY GOODMAN: Para terminar, ¿qué nos podrías decir sobre el presidente Mujica de Uruguay?

JOHANN HARI: Oh, es una de las personas más increíbles que he entrevistado. Mujica fue dirigente del movimiento guerrillero Tupamaro. Como disidente y preso político, la dictadura lo confinó en un aljibe durante dos años. Y ahora, años más tarde, llegó a ser el presidente de su país. Él vive en una choza. Yo fui a la choza. Y bueno, no estoy exagerando si digo que David Cameron y Barack Obama no se animarían siquiera a pisar el lugar donde vive Mujica. Y él generó las condiciones para la legalización de la marihuana en su país. Es el primer país que legaliza la marihuana, desde que comenzó la guerra contra el narcotráfico en los años 30. Y fue así, porque él pudo ver lo que pasaba, y yo fui también a verlo en el norte de México. Allí los cárteles tienen… las drogas ilegales son una gran parte de la economía y las bandas criminales armadas tienen más dinero que el Estado. Pueden tomar el Estado, apoderarse de él. Y él reconoció que si aquello llegaba a suceder en su Uruguay, estarían jodidos. Es un país pequeño, que no tiene mucha fuerza militar. Y realmente, el horror que ví… yo entrevisté a la única persona que estuvo en el centro de un cártel de drogas en México…

AMY GOODMAN: Nos quedan diez segundos.

JOHANN HARI: …y logró salir y contar lo que era. Y bueno, una de las atrocidades más horrendas de la guerra contra el narcotráfico, es lo que genera en los países de tránsito.

AMY GOODMAN: Bueno, Johann Hari, quiero darte las gracias por estar con nosotros. Su libro se titula: “Chasing the Scream” (Tras el grito) y acaba de publicarse. El subtítulo es: “The First and Last Days of the War on Drugs” (Un relato revolucionario y sorprendente sobre la verdadera historia de la guerra contra las drogas).

Traducido por María Constanza Sánchez Chiappe, editado por Verónica Gelman, Clara Ibarra y Democracy Now! en Español

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