Exclusivo: un discurso de MLK del año 1964 sobre los derechos civiles, la segregación y el apartheid en Sudáfrica

Reportaje16 de enero de 2017

En un informe exclusivo de Democracy Now! y los Archivos de Pacifica Radio, emitimos la grabación recientemente descubierta de un discurso del Dr. Martin Luther King. El 7 de diciembre de 1964, días antes de que recibiera el Premio Nobel de la Paz en Oslo, King dio un importante discurso en Londres sobre la segregación y la lucha por los derechos civiles, en el que, además, expresó su apoyo a Nelson Mandela y la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. El discurso fue grabado por Saul Bernstein que trabajaba como corresponsal de Pacifica Radio en Europa. La grabación de Bernstein fue descubierta hace poco por Brian DeShazo, director de los Archivos de Pacifica Radio.

Transcripción
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AMY GOODMAN: Hoy es feriado nacional en honor a Martin Luther King. Nacido el 15 de enero de 1929, asesinado el 4 de abril de 1968, en el Motel Lorraine de Memphis, Tennessee. Tenía solo 39 años. Si bien se lo recuerda principalmente como dirigente de la lucha por los derechos civiles, Martin Luther King también luchó por la gente pobre, organizando la Campaña de los Pobres, para promover cuestiones vinculadas con la justicia económica. Martin Luther King también fue un crítico feroz de la política exterior estadounidense y la Guerra de Vietnam.

En 1964 Martin Luther King se convirtió en la persona más joven en obtener el Premio Nobel de la Paz. Días antes de recibir ese premio en Oslo, Noruega, el Dr. King viajó a Londres. Allí, el 7 de diciembre de 1964, auspiciado por el grupo británico Acción Cristiana, pronunció un discurso sobre la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos y el movimiento contra el apartheid en Sudáfrica. El discurso fue grabado por Saúl Bernstein, que trabajaba como corresponsal europeo de Pacifica Radio. La grabación de Bernstein fue encontrada recientemente por Brian DeShazor, director del archivo de Pacifica Radio. Este es el discurso del Dr. Martin Luther King Jr.

REV. MARTIN LUTHER KING: Quiero hablarles principalmente de nuestra lucha en Estados Unidos y, antes de volver a mi asiento, hablar también de algunas de las luchas más grandes que hay en el mundo y de algunas de las luchas más difíciles que tienen lugar en lugares como Sudáfrica. Pero hay una pregunta urgente y conmovedora en los labios de la gente de nuestro país y de todo el mundo. La escucho casi donde quiera que vaya y en casi todas las ruedas de prensa. La pregunta es si estamos logrando realmente avanzar en la lucha para que haya una verdadera justicia racial en Estados Unidos. Y cada vez que trato de responder a esa pregunta, trato de evitar, por un lado, responder con un pesimismo exagerado; y por el otro, responder con un optimismo superficial. Y trato de incorporar o desarrollar lo que yo considero una posición realista, reconociendo que en los últimos años hemos logrado muchos avances significativos en la lucha por la justicia racial, pero también admitiendo que todavía nos quedan muchas cosas por hacer y muchos retos que asumir para poder resolver el problema. Y quisiera que, esta noche, esa posición realista sea la base para nuestro pensamiento conjunto, en el abordaje de este problema en Estados Unidos.

Hemos recorrido un camino muy largo, pero nos queda aún un camino muy largo por recorrer para poder resolver el problema. Seamos conscientes, en primer lugar, del largo camino recorrido. Y me gustaría decir al respecto que el Negro, en sí mismo, ha recorrido un camino muy largo en la reconsideración de su propio valor intrínseco. Ahora bien, para poder ilustrar esto es necesario hacer un poco de historia. Los primeros esclavos negros desembarcaron en las costas de América en el año 1619. Los llevaron hasta allí desde el suelo africano. A diferencia de los padres peregrinos que desembarcaron en Plymouth un año después, ellos fueron llevados contra su voluntad. Y durante la esclavitud, el Negro fue tratado de manera muy inhumana. Era una cosa para utilizar y no una persona a ser respetada. Hay un veredicto de la Corte Suprema de Estados Unidos del año 1857, conocido como el fallo Dred Scott, que ilustra bien esta idea y la situación que existía en ese momento. Este fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos decía, en esencia, que el Negro no es considerado ciudadano de Estados Unidos, sino simplemente propiedad de su dueño y, como tal, está sujeto a su mandato. Y luego decía que el Negro no tiene ningún derecho que el hombre blanco esté obligado a respetar. Esta es la idea que prevaleció durante los días de la esclavitud. Cuando la esclavitud creció, se volvió necesario encontrar algún tipo de justificación. O sea, parece ser una verdad de la vida que los seres humanos terminan buscando siempre un argumento racional, aunque sea pobre, para sostener sus malas acciones, revistiendo un mal evidente con las hermosas vestiduras de la justicia. Y eso es exactamente lo que sucedió en el tiempo de la esclavitud. Hubo quien incluso hizo un mal uso de la Biblia y la religión buscando justificar la esclavitud y cristalizar los modelos dominantes. Entonces se argumentó, desde algunos púlpitos, que el Negro era inferior por naturaleza, por la maldición de Noé sobre los hijos de Cam. Y la máxima del apóstol Pablo se convirtió en consigna: “Siervos, sed obedientes a vuestro señor”.

Y supongo que algún hermano habrá leído la lógica del gran filósofo Aristóteles. Bueno, Aristóteles tuvo mucho peso en la creación de lo que hoy en filosofía se conoce como la lógica formal. Y en la lógica formal hay una gran palabra, conocida como silogismo, que es algo que contiene una premisa mayor, una premisa menor y una conclusión. Así que este hermano decidió argumentar a favor de la inferioridad del Negro usando la estructura del silogismo aristotélico. Decía que todos los hombres están hechos a imagen de Dios; esta era la premisa mayor. Luego venía la premisa menor: Dios, como todo el mundo sabe, no es negro. Por lo tanto, el Negro no es un hombre. Ese fue el tipo de razonamiento que prevaleció. Al vivir en situación de esclavitud y luego, más adelante, de segregación, mucha gente negra perdió la fe en sí misma. Mucha gente llegó a sentir que tal vez era menos que humana. Mucha gente llegó a sentirse inferior. Esto, me parece, es la mayor tragedia que tiene la esclavitud, la mayor tragedia que tiene la segregación, no es sólo su efecto físico sobre las personas, sino su efecto psicológico. Marca el alma tanto del segregado, como la del segregador. Otorga al segregador un falso sentimiento de superioridad, dejando al segregado con un falso sentimiento de inferioridad. Esto fue exactamente lo que sucedió. Y luego, algo pasó con el Negro. Las circunstancias hicieron posible y necesario que viajara más; la llegada del automóvil, la agitación creada por las dos guerras mundiales, la Gran Depresión. Entonces, su vida en las plantaciones rurales poco a poco dio paso a una vida industrial urbana. Su actividad económica fue aumentando gradualmente con el desarrollo de la industria, el crecimiento de los sindicatos y el mayor acceso a la educación. E incluso su actividad cultural fue aumentando paulatinamente, con la disminución sostenida del analfabetismo devastador. Todas estas fuerzas se conjugaron para hacer que el Negro de Estados Unidos se mirara a sí mismo con nuevos ojos.

Por todas partes, masivamente, la gente negra comenzó a revalorizarse a sí misma. Y al mismo tiempo, sucedió algo más: el Negro de Estados Unidos puso sus ojos y su mente en África, y se dio cuenta del magnífico drama que significaba la independencia en el marco de la historia africana.
Y observar los acontecimientos y darse cuenta de lo que estaba sucediendo, ver lo que estaban haciendo sus hermanos y hermanas negras de África, le dio un nuevo sentimiento de dignidad en Estados Unidos y un nuevo sentimiento de autoestima. El Negro pudo sentir que era alguien. Su religión le hizo saber que Dios ama a todos sus hijos y que todos los hombres están hechos a su imagen. Y que lo esencial en un hombre no es su particularidad, sino sus cimientos, no la textura de su cabello o el color de su piel, sino su eterna dignidad y valía. Y así el Negro de Estados Unidos pudo gritar sin pensarlo las palabras del elocuente poeta: “La expresión de la naturaleza no puede excluir el cabello motudo y la complexión negra. El color de piel puede variar pero el afecto mora en negros y blancos por igual”, y: “Si yo pudiese alcanzar de polo a polo o abarcar el océano con mis brazos, pediría que se me midiese por mi alma; la mente es la medida del hombre”. Y con este nuevo sentimiento de dignidad y este nuevo sentimiento de autoestima, nació un nuevo Negro, con una nueva determinación de sufrir, luchar, sacrificarse e incluso morir si era necesario, para poder ser libre. Y esto muestra el larguísimo camino que hemos recorrido desde 1619. Pero si hemos de atenernos a los hechos, es importante decir que no sólo el Negro ha podido reconsiderar su propio valor intrínseco, sino que toda la nación ha recorrido un largo camino
en la ampliación de los derechos civiles.

Quisiera mencionar algunas de las cosas que han sucedido en nuestro país con respecto a esto. Hace cincuenta años, e incluso hace 25, no pasaba un año sin que grandes cantidades de negros fueran brutalmente linchados por alguna turba violenta. Afortunadamente, los linchamientos han cesado casi completamente en la actualidad. Si volviéramos al principio del siglo, veríamos que en el Sur de Estados Unidos había muy pocos negros registrados para votar. En 1948, ese número había crecido a cerca de 750.000; en 1960, ya eran 1.200.000. Y para las elecciones presidenciales que tuvieron lugar hace unas semanas, ese número había llegado a más de dos millones. Llegamos a las elecciones con más de dos millones de negros registrados para votar en el Sur. Esto significa que el movimiento de derechos civiles, trabajando duramente, logró que más de 800.000 negros se registraran como votantes en los últimos tres años. Esto muestra todo lo que hemos avanzado.

Después, sobre la cuestión de la justicia económica, vemos que aún queda mucho por hacer, pero al menos podemos decir que sí se han logrado algunos avances. El salario promedio del empleado negro actual en Estados Unidos es 10 veces más alto que hace 12 años. Y el ingreso nacional de la población negra está ahora sobrepasando los 28 mil millones de dólares por año, lo que en total supera todas las exportaciones de Estados Unidos y es más que el presupuesto nacional de Canadá. Esto muestra que algo hemos progresado en este aspecto. Pero sobre todas las cosas, hemos notado —y seguro habrán leído mucho sobre esto aquí y en todo el mundo— una disminución paulatina, e incluso la desaparición, del sistema de segregación racial. Ahora bien, la historia oficial de la segregación racial comenzó en 1896. Mucha gente cree que la segregación racial existía en Estados Unidos hace mucho, mucho tiempo. Pero lo cierto es que era un fenómeno relativamente reciente en nuestro país, que lleva poco más de 60 años. Y se inició, a nivel jurídico, con una decisión conocida como el dictamen del caso Plessy contra Ferguson, que básicamente decía que podía haber instalaciones separadas pero iguales, estableciendo la doctrina “separados pero iguales” como ley en nuestro territorio. Todos sabemos cuáles fueron los resultados de la antigua doctrina Plessy: hubo siempre una estricta aplicación de la parte de “separados”, sin la menor intención de cumplir con la parte de “iguales”. Y se terminó de sumergir al Negro en el abismo de la explotación, donde experimentó la desolación agobiante de la injusticia. Y entonces, sucedió algo maravilloso. En 1954, la Corte Suprema de la Nación revisó la entidad jurídica de la segregación, declarándola constitucionalmente muerta el 17 de mayo de ese año. En esencia, dijo que la vieja doctrina Plessy debía ser eliminada, que las instalaciones separadas conllevan una desigualdad inherente y que segregar al niño en base a su raza es negar a ese niño igual protección ante la ley. Así que hemos visto muchos cambios a partir de esa trascendental decisión en 1954, que fue como una gran luz de esperanza para las millones de personas desheredadas de nuestro país. Entonces, sucedió otra cosa que alegró nuestros corazones. Es algo que sucedió este año. El año pasado, tras la lucha llevada a cabo en Birmingham, Alabama, el difunto presidente Kennedy se dio cuenta de que había una cuestión fundamental con la que nuestro país tenía que lidiar. Con un sentimiento de preocupación y con un sentimiento de urgencia, abordó el tema en un gran discurso, unos días antes… el mismo día, en realidad, en que se comenzaba a implementar la integración en la Universidad de Alabama. Y el gobernador Wallace se interpuso en la puerta, tratando de impedir esa integración. Kennedy tuvo que federalizar la Guardia Nacional ese día. De pie ante la nación, dijo con elocuencia que el problema que enfrentamos en el ámbito de los derechos civiles no es solo político, ni es solo económico, sino que es, en el fondo, una cuestión moral. Algo tan antiguo como las Escrituras y tan moderno como la Constitución. La pregunta que hay que responder es si vamos a tratar a nuestros hermanos negros del modo en que nos gustaría que nos traten a nosotros. Y luego de ese gran discurso, enseguida encomendó al Congreso de la nación el proyecto de ley más completo sobre derechos civiles que haya sido presentado por un presidente de nuestro gran país.

Desafortunadamente, tras muchos meses de batalla, por un tiempo nos cansamos un poco de, bueno, que hay algunos hombres en nuestro país a quienes les gusta hablar mucho. Tal vez ustedes hayan leído algo sobre las tácticas dilatorias y saben que se empantanan en la parálisis del análisis, que hablan y hablan sin parar. Y querían debatir ese proyecto de ley hasta hacerlo morir. Pero el presidente Lyndon Johnson se puso a trabajar en el tema. Empezó a llamar a congresistas y senadores, se reunió día tras día con personas influyentes del país y dejó claro que esa ley tenía que aprobarse, no solo en homenaje al fallecido Presidente Kennedy, sino también como un homenaje a la grandeza del país y una expresión de su dedicación a hacer real el sueño americano.

Y el verano pasado llegó el gran día en que esa ley nació y fue firmada por el Sr. Johnson el día 2 de julio, convirtiéndose en ley en todo nuestro territorio. Así que ahora en Estados Unidos tenemos una ley de derechos civiles. Y me alegra informarles que, en líneas generales, esa ley se está aplicando en comunidades de todo el Sur. Hemos visto niveles sorprendentes de acatamiento, incluso en comunidades del estado de Mississippi. Y con lo que cuesta encontrar algo bien hecho en Mississippi, vemos que las cosas están mejorando.

AMY GOODMAN: Estamos escuchando a Martin Luther King, el 7 de diciembre de 1964 en Londres. Regresamos con el discurso después de la pausa.

[Pausa]

AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now! democracynow.org. El informe de “Guerra y Paz”. Soy Amy Goodman. Seguimos con la emisión exclusiva de Democracy Now! de un discurso de Martin Luther King cuyo audio fue recientemente encontrado en los archivos de Pacifica Radio. Es del 7 de diciembre de 1964, en Londres. Pocos días después, Luther King recibió el Premio Nobel de la Paz en Oslo, Noruega.

REV. MARTIN LUTHER KING: No podemos olvidar que, precisamente este verano, tres activistas de derechos civiles fueron brutalmente asesinados cerca de Filadelfia, Mississippi. Todo esto nos deja en claro que no hemos alcanzado el nivel de hermandad, no hemos logrado la hermandad que necesitamos y que debe existir en nuestra nación. Todavía tenemos un largo camino por recorrer.

Mencioné el registro de votantes y el hecho de que hemos logrado registrar cerca de 800.000 nuevos votantes en los últimos dos o tres años, llegando a ser más de dos millones en la actualidad. Supongo que, al decirlo, eso suena como un verdadero progreso, y realmente es un avance. Pero permítanme contarles la otra cara de la moneda, que es el hecho de que hay más de 10 millones de personas negras que viven en el sur de Estados Unidos y que seis millones de las personas negras que viven en el Sur de Estados Unidos tienen edad para votar, y sin embargo, sólo dos millones están en el padrón. Esto significa que cuatro millones de personas aún no se han registrado para votar; no sólo por apatía, ni porque son complacientes —ese puede ser el motivo en algunos pocos casos— sino porque aún se siguen utilizando todo tipo de artimañas para evitar que los negros se registren en el padrón de votantes. Se realizan pruebas de alfabetización complejas, que casi nadie puede aprobar, ni siquiera teniendo un Doctorado en cualquier campo o una licenciatura en Derecho en las mejores facultades de Derecho del mundo. Y luego, en algunos de los condados del “cinturón negro” de Mississippi y Alabama, así como en otros lugares, existen represalias económicas contra la gente negra que busca registrarse y votar.

Además, hay gente que, de hecho, ha tenido que enfrentar la violencia física y hasta la muerte física. Esto muestra cuánto nos queda por hacer en este aspecto.

Mencionaba antes la justicia económica. Estoy seguro de que la cifra de 28 mil millones de dólares suena muy grande. Es un montón de dinero. Pero de todos modos, también debo mostrarles el otro lado de la moneda, para que mi descripción sea honesta. Es un hecho que el 42% de las familias negras de los Estados Unidos todavía gana menos de 2.000 dólares al año, mientras que sólo el 16% de las familias blancas gana menos de 2.000 dólares al año. El 21% de las familias negras de Estados Unidos gana menos de 1.000 dólares anuales, mientras que sólo el cinco% de las familias blancas gana menos de 1.000 dólares anuales. Y también vemos que el 88% de las familias negras de Estados Unidos gana menos de 5.000 dólares al año, mientras que sólo el 58% de las familias blancas gana menos de 5.000 dólares al año. De modo que podemos ver que todavía existe un gran abismo entre los poseedores, por así decirlo, y los desposeídos. Y para que Estados Unidos siga creciendo, progresando, desarrollándose y avanzando hacia la grandeza, este problema debe ser resuelto. Sin embargo, este problema económico se está agravando por la acción de muchas fuerzas que siguen vivas en nuestro mundo y en nuestra nación. Durante muchos años, se negó a la gente negra el acceso a oportunidades educativas adecuadas. Durante muchos años, se negó a la gente negra incluso el acceso a capacitación como aprendices. O sea que desde el trabajo y la industria muy menudo se discriminó a los negros. Y esto generó que el Negro se viera limitado, en términos generales, a ser mano de obra no calificada o semi-calificada. Ahora, debido a los procesos de automatización e informatización, esos trabajos ahora están desapareciendo. Así que el Negro que amanece en una ciudad como Detroit, en Michigan, sabe que es el 28% de la población y cerca del 72% de la población desempleada. Ahora, para hacer frente a este problema, nuestro gobierno federal tendrá que desarrollar importantes programas de reconversión laboral e importantes programas de obras públicas, para que la automatización sea una bendición, que es lo que debe ser en nuestra sociedad, y no una maldición. Y otra cosa, cuando pensamos en esta cuestión económica, debemos tener en cuenta que no existe nada más peligroso que construir una sociedad en la que haya un sector que siente que no tiene nada que aportar a la sociedad; nada más peligroso que construir una sociedad en la que hay gente que ve la vida como poco más que un largo y sombrío pasillo sin salida. Esa gente termina desesperada porque no tiene trabajo, porque no puede educar a sus hijos e hijas, porque no pueden vivir en una casa agradable, porque no puede acceder a un servicio de salud adecuado.

Siempre escuchamos diferentes explicaciones y diferentes mitos con respecto a la integración y por qué no se debería llevar a cabo. Quienes argumentan en contra de la integración suelen decir: “Bueno, si se implementa la integración en las escuelas públicas, por ejemplo, se va a hacer retroceder a la raza blanca una generación”. Y les gusta hablar del retraso cultural de la comunidad negra. Y luego dicen: “Bueno, además, los negros son delincuentes, en todas las ciudades tienen la tasa más alta de criminalidad que hay en Estados Unidos”. Y así, se argumenta hasta el infinito contra la implementación de la integración. Pero creo que hay una respuesta para eso, y es que si hay un retraso cultural en la comunidad negra —y ciertamente lo hay— se debe a la segregación y la discriminación. Se debe a los largos años de esclavitud y segregación. El comportamiento criminal no viene dado por la raza sino por el ambiente. La pobreza, la privación económica, el aislamiento social y todas estas cuestiones, engendran el crimen en cualquier grupo étnico. Y es maliciosa la lógica que utiliza los trágicos resultados de la segregación racial como argumento para justificar su continuidad. Es necesario revertirla. Y es necesario ver esta situación y hacer todo lo posible para hacer realidad la justicia económica en nuestra nación.

Mencioné antes que la segregación racial está desapareciendo en Estados Unidos, pero aún pervive. Hemos superado el tiempo de la segregación legal. Hemos terminado prácticamente con la segregación de derecho; a partir de la ley de derechos civiles, la decisión de la Corte Suprema y otras cuestiones, ya no puede haber leyes nacionales ni de un estado en particular que la avalen. Hemos superado los días en que el Negro no podía sentarse en un comedor, excepto en algunas situaciones aisladas, o cuando el Negro no podía registrarse en un hotel o en un motel. Estamos superando ese tiempo rápidamente. Pero está emergiendo otra forma de segregación. Está surgiendo a través de la discriminación en la vivienda, el desempleo y la segregación de hecho en las escuelas públicas. De modo que las condiciones de marginación existentes generan muchos problemas y una fuerte segregación de hecho, que tenemos que enfrentar día a día. Así que este es el problema que tenemos y es un problema con el que nos vemos obligados a lidiar. Y vamos a hacerlo con determinación. Estoy absolutamente convencido de que la segregación está en su lecho de muerte y también quienes la representan, tanto en Estados Unidos como en Londres, Inglaterra. El sistema está en su lecho de muerte. Todos sabemos, sin ninguna duda, que para que viva la democracia, en cualquier nación, la segregación debe morir. Y como vengo diciendo todo Estados Unidos, tenemos que poner fin a la segregación, no sólo porque va a mejorar nuestra imagen, porque sin duda mejorará nuestra imagen en el mundo. Tenemos que poner fin a la segregación, no sólo porque eso atraerá a la gente de Asia y de África, y esto sin duda será provechoso, es algo importante. Pero a fin de cuentas, la discriminación racial debe ser extirpada de la sociedad estadounidense, y de todas las sociedades, porque es moralmente incorrecta. Así que hay que ir con todo y elaborar fuertes programas de acción para librarnos de la segregación racial.

Ahora, me gustaría mencionar un par de ideas que circulan en nuestra sociedad —probablemente circulen también en la suya y en todas partes del mundo— que nos impiden implementar los programas de acción necesarios para terminar con la discriminación y la segregación. Una es lo que yo llamo el mito del tiempo. Hay individuos que sostienen que sólo el tiempo puede resolver el problema de la injusticia racial en Estados Unidos, en Sudáfrica o en cualquier otro lugar; hay que esperar la acción del tiempo. Y muy a menudo nos han dicho en Estados Unidos, a nosotros y a nuestros compañeros blancos: “Sean buenos, tengan paciencia y sigan rezando, que en 100 o 200 años el problema se resolverá”. El mito del tiempo es algo que escuchamos mucho, que siempre aparece. La única respuesta que tengo para ese mito es que el tiempo es neutral. Se puede utilizar de forma constructiva o destructiva. Y honestamente, debo decir que estoy convencido de que las fuerzas hostiles frecuentemente han sabido usar el tiempo de manera mucho más eficaz que las fuerzas constructivas. Y en esta generación, tal vez tengamos que lamentar no sólo las palabras mordaces y las acciones violentas de la gente mala, sino también el terrible silencio e indiferencia de la gente buena, que ha quedado sentada diciendo: “El tiempo lo resolverá”. Y en algún punto, es necesario reconocer que el progreso humano nunca llega rodando por los carriles de la inevitabilidad. Llega a través del esfuerzo incansable y el trabajo persistente de individuos dedicados que tienen la voluntad de colaborar con el trabajo de Dios. Y sin ese trabajo, el tiempo funciona como aliado de las fuerzas primitivas del estancamiento social. De modo que debemos ayudar al tiempo y darnos cuenta de que siempre es el momento adecuado para hacer lo correcto. Es muy fundamental y muy necesario.

Ahora bien, el otro mito que circula muchísimo en nuestro país, y seguramente también en otros países del mundo, es la idea de que estos problemas del ámbito de las relaciones humanas no se pueden resolver con leyes, que el problema de la vivienda, el problema del empleo y todos los otros problemas no se van a resolver con medidas legislativas; hay que cambiar desde el corazón. Hace poco hubo un candidato presidencial que habló muchísimo sobre esto. Y creo que el señor Goldwater creía sinceramente que no se puede cambiar nada por medio de las leyes, porque en el Senado votó en contra de todo, incluyendo la ley de derechos civiles. Y mientras recorría el país durante la campaña electoral dijo que no necesitamos leyes, que no es con legislación que hay que abordar este problema. Pero tuvo la amabilidad suficientemente de decir que es necesario un cambio en los corazones. Bueno, creo que podemos encontrar un punto intermedio con el hermano Goldwater sobre esto. Creo que tiene razón. Para poder resolver este problema, en Estados Unidos y en todo el mundo, llegará el día en que la gente deba sacarse los prejuicios del corazón. Soy el primero en decir que, para poder resolver los problemas que enfrenta la humanidad, cada persona blanca debe mirar profundamente en su interior, eliminar todos los prejuicios que tenga dentro y reconocer que es un deber tratar bien al Negro, y a todos los pueblos de color en general, no sólo porque lo dice la ley sino porque es lo correcto y porque es lo natural. Estoy cien por ciento de acuerdo con esto. Y estoy seguro de que para poder resolver finalmente este problema, los hombres no sólo deberán obedecer lo que imponga la ley, sino que deberán alcanzar la elevada dignidad de obedecer aquello a lo que la ley no obliga.

Habiendo dicho esto, debo ir para el otro lado. Hasta aquí llega mi acuerdo con el señor Goldwater y otras personas que creen que no hay que sancionar ninguna ley. Quizás sea cierto que no se puede establecer la integración por ley, pero sí se puede prohibir la segregación. Quizás sea cierto que no se puede legislar la moral, pero sí se puede regular el comportamiento. Quizás sea cierto que no se puede cambiar con leyes la actitud del alma, pero sí se puede frenar al desalmado. Quizás sea cierto que la ley no puede obligar a alguien a quererme, pero puede impedir que me linche. Y creo que eso también es bastante importante.

AMY GOODMAN: Martin Luther King en Londres, el 7 de diciembre de 1964. Seguimos con el discurso después de la pausa.

[Pausa]

AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now! democracynow.org. El informe de guerra y paz. Soy Amy Goodman. Seguimos con la emisión exclusiva de Democracy Now! de un discurso de Martin Luther King cuyo audio fue recientemente encontrado en los archivos de Pacifica Radio. Es del 7 de diciembre de 1964, en Londres. Pocos días después, Luther King recibió el Premio Nobel de la Paz en Oslo, Noruega.

REV. MARTIN LUTHER KING JR: Ahora bien, como ustedes saben, venimos llevando a cabo una fuerte lucha en Estados Unidos para lograr hacer efectiva la desegregación y luego, por fin, la integración. Y esa lucha se ha afianzado en un enfoque filosófico particular: la filosofía de la no violencia, la filosofía y el método de la resistencia no violenta. Y me gustaría decir unas palabras sobre esta metodología y esta filosofía que ha afianzado nuestra lucha. En primer lugar, quiero decir que sigo convencido de que la no violencia es el arma más potente que tienen los grupos oprimidos en su lucha por la libertad y la justicia. Tiene la capacidad de desarmar al oponente, dejando al descubierto sus defensas morales. Debilita su confianza y le trabaja la conciencia al mismo tiempo; no sabe cómo manejarla. O sea, si no te reprimen, maravilloso. Y si te reprimen, desarrollas el coraje silencioso de recibir golpes sin contraatacar. Si no te llevan preso, maravilloso. Nadie que esté en sus cabales quiere ir a la cárcel. Pero si te llevan preso, entras en la cárcel y transformas ese calabozo de vergüenza en un refugio de libertad y dignidad humanas. Incluso si te tratan de matar, desarrollas la convicción interna de que hay algo tan querido, tan valioso, tan eternamente verdadero, que merece la pena morir por ello. Y un hombre no haya descubierto algo por lo que está dispuesto a morir, no es digno de vivir. Esto es lo que plantea la disciplina de la no violencia. Y además, es una herramienta que da a las personas medios morales para luchar por fines morales. Históricamente ha habido un gran debate en torno a la cuestión de los fines y los medios. Desde el tiempo de los diálogos de Platón, hasta Maquiavelo y otros, hubo individuos que argumentaron que el fin justifica los medios. Pero realmente, la filosofía de la no violencia está diciendo que el fin ya existe en los medios. Los medios expresan el ideal en el desarrollo y en el final del proceso. Entonces, a través de historia, vemos que no se puede llegar a fines morales con medios inmorales. De alguna manera, debemos llegar a un punto en el que sintamos la necesidad de coherencia entre los fines y los medios, por así decirlo. Y esto es algo fundamental en la filosofía de la no violencia en su máxima expresión. Nos da una forma y un método de lucha que dice que se puede llegar a fines morales a través de medios morales. También dice que es posible luchar contra un sistema perverso e injusto con todas nuestras fuerzas y con todo nuestro corazón, e incluso odiar ese sistema injusto, y aun así mantener una actitud activa de buena voluntad y comprensión, e incluso amor, hacia quienes ejecutan este sistema malvado. Este es el aspecto más incomprendido de la no violencia. Aquí es donde quienes no quieren seguir el método de la no violencia nos tratan muy mal a quienes hablamos de amor. Pero yo aún sigo creyendo en esto, porque aún estoy convencido de que el amor es lo que hace que el mundo gire y que, de alguna manera, este tipo de amor puede ser una fuerza poderosa para el cambio social. No estoy hablando de un amor débil. Esto no tiene que ver con tonterías emocionales. No estoy hablando de un atributo sentimental. No estoy hablando de una actitud cariñosa. Sería absurdo que instara a la gente oprimida a amar a sus violentos opresores en un sentido afectivo. Nunca he aconsejado eso. Cuando Jesús dijo: “Amad a vuestros enemigos, me alegra que no dijera: “Sentid agrado por vuestros enemigos”. Hay gente por la que es bastante difícil sentir agrado. Pero el amor es mayor que el agrado. El amor es la buena voluntad comprensiva, creativa, redentora hacia todos los hombres. Los teólogos hablan de este tipo de amor con la palabra griega “ágape”,
que es una especie de amor rebosante que no busca nada a cambio. Y cuando lo desarrollamos, nos eleva a la capacidad de amar a la persona que realiza malas acciones, aunque odiemos las acciones que la persona realiza. Y yo creo que esto es posible. Los psiquiatras nos dicen que el odio es una fuerza peligrosa, no sólo para quien recibe el odio, sino también para quien odia. Muchas de las cosas extrañas que suceden en el subconsciente, muchos de los conflictos internos, tienen sus raíces en el odio. Y por eso dicen: “Ama o muere”. Es por este motivo que Erich Fromm ha escrito un libro titulado “El arte de amar”, en el que sostiene que el amor es la fuerza suprema unificadora de la vida. Por eso, es maravilloso tener un método de lucha que nos permite enfrentar la segregación y enfrentar el colonialismo con todas nuestras fuerzas, pero sin odiar a los responsables de estos sistemas injustos. Y creo firmemente que es a través de esta poderosa acción no violenta, a través de este tipo amor organizado en acciones multitudinarias, que vamos a ser capaces de transformar las ruidosas discordias de nuestra nación y del mundo en una hermosa sinfonía de hermandad. Ciertamente, este es el gran desafío que tenemos ante nosotros. Creo que la no violencia puede funcionar, no sólo en la situación que existe en nuestro país, no sólo en el magnífico ejemplo que nos ha dado India, expresado en el maravilloso trabajo de Mohandas K. Gandhi, sino que también creo que puede funcionar de maneras y en circunstancias que no hemos visto ni usado hasta ahora.

Y en este contexto, me gustaría decir algo sobre Sudáfrica. Quisiera leer una declaración; la he escrito aquí, para estar seguro de decir todo lo que tengo en mente acerca de la situación de Sudáfrica, sin olvidar nada. Entiendo que esta noche hay gente sudafricana aquí, incluyendo personas involucradas en la larga lucha por la libertad que se sostiene allí. En nuestra lucha por la libertad y la justicia en Estados Unidos, también muy larga y difícil, sentimos una fuerte identificación con quienes llevan adelante la lucha por la libertad en Sudáfrica, que ha sido muchísimo más mortal. Sabemos que allí la gente africana y sus compañeros de otras razas, han luchado durante medio siglo para ganar su libertad con métodos no violentos. Honramos el liderazgo del Jefe Lutuli y sabemos que la respuesta a su lucha no violenta no fue más que un aumento de la violencia estatal, un aumento de la represión que culminó en la matanza de Sharpeville y todo lo sucedido desde entonces. Claramente, mucho de lo que sucede en Mississippi y Alabama hace acordar a la gente sudafricana de su propio país. Sin embargo, aun en Mississippi, nosotros podemos organizarnos para registrar votantes negros. Podemos hablar con la prensa. Podemos, en definitiva, organizar acciones no violentas con la gente. Pero en Sudáfrica, incluso la forma más leve de resistencia no violenta recibe años de prisión. Y a lo largo de los años, muchos líderes han sido prohibidos, silenciados y encarcelados. Podemos comprender que, en esa situación, hubo gente que por la desesperación decidió recurrir a otros métodos, como el sabotaje. Hoy en día, grandes líderes como Nelson Mandela y Robert Sobukwe, junto con otros cientos, se consumen en la cárcel de Robben Island. Frente a un Estado despiadado y fuertemente armado, que utiliza la tortura y formas sádicas de interrogatorio para destruir a los seres humanos, incluso llevando a algunos al suicidio, la oposición militante en Sudáfrica parece, de momento, estar silenciada. Las multitudes parecen estar contenidas, parecen, de momento, incapaces de terminar con la opresión. Hago hincapié en la palabra “parece” porque podemos imaginar qué emociones y planes deben estar bullendo bajo la calma apariencia de un Estado policial próspero. Sabemos qué emociones bullen en el resto de África y en el resto del mundo, de hecho. Los peligros de una guerra racial, son peligros sobre los que ya hemos tenido muchas e intensas advertencias.

Por esta situación, en la que a la gran mayoría del pueblo sudafricano se niega su humanidad, se niega su dignidad, se niega oportunidad, se niegan todos sus derechos humanos; por esta situación, en la que muchos de los mejores y más valientes sudafricanos están cumpliendo largas condenas en prisión, y algunos de ellos ya han sido ejecutados; por esta situación, nosotros, la gente de Estados Unidos y Gran Bretaña, tenemos una responsabilidad extraordinaria, ya que nosotros, a través de nuestras inversiones, a través del fracaso de nuestros gobiernos para tomar medidas firmes, somos culpables del fortalecimiento de la tiranía en Sudáfrica. Esta responsabilidad… esta responsabilidad nos presenta una oportunidad extraordinaria: la de unirnos en la única forma de la acción no violenta capaz de traer libertad y justicia a Sudáfrica, la acción a la que están llamando los líderes africanos, que consiste en un movimiento masivo para exigir sanciones económicas.

En un mundo que vive bajo la sombra terrible de las armas nucleares, ¿no reconocemos acaso la necesidad de perfeccionar el uso de las presiones económicas? ¿Por qué el comercio es considerado por todas las naciones y todas las ideologías como sagrado? ¿Por qué nuestro gobierno y el gobierno de ustedes en Gran Bretaña se niegan a intervenir ya mismo, como si esperaran que haya un baño de sangre en Sudáfrica —o una nueva Corea o Vietnam— para reconocer que existe la crisis? Si el Reino Unido y Estados Unidos decidieran mañana dejar de comprar productos sudafricanos, dejar de comprar el oro de Sudáfrica y bloquear su petróleo; si nuestros inversores y nuestros capitalistas retiraran su apoyo a la tiranía racial existente en el país, entonces el apartheid llegaría a su fin. Entonces, la mayoría de la gente sudafricana de todas las razas podría finalmente construir conjuntamente la sociedad que desea. De modo que este es el desafío al que se enfrentan las naciones del mundo. Y Dios quiera que logremos asumirlo y conformar ese gran movimiento creativo que busque generar un cambio y transformar ese pasado oscuro de inhumanidad del hombre sobre el hombre, en un futuro brillante de justicia, paz y buena voluntad.

Y permítanme decirles que el problema de la injusticia racial no se limita a ninguna nación en sí misma. Ahora sabemos que se trata de un problema que se extiende en todo el mundo. Y ustedes saben muy bien, aquí en Londres, aquí en Inglaterra, que hay miles y miles de personas de color que están migrando hacia aquí desde muchísimas tierras; desde el Caribe, desde Pakistán, desde India, desde África. Y tienen derecho a venir a esta gran tierra y tienen derecho a esperar encontrar justicia y democracia en este país. E Inglaterra deberá estar eternamente alerta. Porque si no, se creará el mismo tipo de guetos que tenemos en los Harlems de Estados Unidos. Surgirán los mismos problemas de injusticia, los mismos problemas de desigualdad en el trabajo. Y por eso les digo que el desafío de cada ciudadano de buena voluntad de esta nación es darlo todo por hacer real la democracia para toda la gente, para que toda la gente de esta tierra pueda vivir junta, para que todos los hombres sean capaces de vivir juntos como hermanos.

Se sabe que cada disciplina académica tiene ciertas palabras que rápidamente se convierten en estereotipos y clichés. Cada disciplina académica tiene su vocabulario técnico. La psicología moderna tiene una palabra que probablemente se esté utilizando ahora más que cualquier otra. Es la palabra “inadaptado”. Ustedes han escuchado esa palabra. Es el grito de alerta de la psicología infantil moderna. Y claro que todos queremos estar bien adaptados en nuestras vidas, queremos evitar personalidades neuróticas y esquizofrénicas. Pero esta noche debo decirles, amigos, para ir terminando, que hay algunas cosas de mi propio país y algunas cosas del mundo, frente a las que me enorgullece ser un inadaptado y llamo a todos los hombres de buena voluntad a ser unos inadaptados frente a esas cosas, hasta que la buena sociedad sea real. Debo decirles honestamente que no tengo ninguna intención de adaptarme a la segregación, a la discriminación, al colonialismo ni a este tipo de fuerzas. Debo decirles honestamente que no tengo ninguna intención de adaptarme a la intolerancia religiosa. Debo decirles honestamente que no tengo ninguna intención de adaptarme a condiciones económicas que roban las necesidades de muchos para dar lujos a unos pocos. Debo decirles esta noche, que no tengo ninguna intención de adaptarme a la locura del militarismo ni a los efectos contraproducentes de la violencia física, ya que mientras haya Sputniks y exploradores surcando el espacio exterior y misiles balísticos teledirigidos grabando autopistas de muerte en la estratosfera, ningún país ganará las guerras. Ya no se trata de elegir entre la violencia y la no violencia; se trata de elegir entre la no violencia o la no-existencia. Y la alternativa al desarme, la alternativa a la suspensión progresiva de pruebas nucleares, la alternativa al fortalecimiento de la ONU y, por su medio, el desarme en todo el mundo, bien puede llegar a ser una civilización sumergida en el abismo de la aniquilación. Tengan por seguro que nunca voy a adaptarme a la locura del militarismo.

Verán, muy posiblemente nuestro mundo esté necesitando en este momento una nueva organización, la Asociación Internacional para la Promoción de la Inadaptación Creativa…hombres y mujeres… hombres y mujeres que sean tan inadaptados como el Profeta Amós, que en medio de las injusticias de su época pudo gritar palabras cuyo eco sigue sonando a través de los siglos: “Corra el juicio como las aguas y la justicia como impetuoso arroyo”; tan inadaptados como el difunto Abraham Lincoln, el gran presidente de nuestra nación que tuvo la capacidad de ver que Estados Unidos no podía sobrevivir siendo mitad esclavo y mitad libre; tan inadaptados como Thomas Jefferson, que en una época increíblemente adaptada a la esclavitud, pudo registrar en las páginas de la historia palabras de proporciones cósmicas: “Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales, que su Creador los ha dotado de ciertos Derechos inalienables, entre los cuales están la Vida, la Libertad y la Búsqueda de Felicidad”; tan inadaptados como Jesús de Nazaret, quien supo decir a los hombres y mujeres de su tiempo: “Quien a hierro mata, a hierro muere”. Y a través de tales inadaptaciones es que lograremos salir de la larga y sombría noche de la inhumanidad del hombre sobre el hombre y llegar al alba luminosa y brillante de la libertad y la justicia.
Quiero decirles que sigo creyendo que la humanidad estará a la altura de las circunstancias. A pesar de este tiempo oscuro, a pesar de las dificultades del presente, a pesar de esta época de tensión emocional en la que los problemas del mundo son gigantescos en su extensión y caóticos en su detalle, sigo teniendo fe en el futuro t sigo creyendo que podemos construir una sociedad fraternal y pacífica. Hay una canción que cantamos en nuestro movimiento, que tantas veces hemos cantado tomados de la mano de uno y otro lado de los barrotes de la prisión. Recuerdo momentos en que hemos estado en celdas hechas para 12 personas, en las que terminábamos siendo 15 o 20, y aun así encontrábamos la forma de levantar nuestras voces y cantar esa canción. Ayer por la tarde hice referencia a ella en mi prédica en la Catedral de San Pablo. “Venceremos. Venceremos. En lo profundo de mi corazón, creo que venceremos”. Y creo que de alguna manera la humanidad vencerá y creo que las fuerzas del mal serán derrotadas. Creo esto porque Carlyle está en lo cierto: “Ninguna mentira vive para siempre”. Creo que venceremos porque William Cullen Bryant está en lo cierto: “La verdad, aplastada en la tierra, resurgirá”. Creo que venceremos porque James Russell Lowell está en lo cierto: “La Verdad siempre al patíbulo, / la Injusticia siempre en el trono, / pero aquel patíbulo regula el futuro, / Y detrás del desconocido misterioso, Dios se erige en la sombra, velando aquello que le pertenece”.

Con esta fe, seremos capaces de hacer a un lado los consejos de la desesperanza y echar nueva luz en las oscuras cámaras del pesimismo. Con esta fe, seremos capaces de transformar esta elegía cósmica que pende sobre nosotros en un salmo creativo de paz y fraternidad. Con esta fe, seremos capaces de acelerar la llegada del día en que todos los niños de Dios —negros y blancos, judíos y gentiles, protestantes y católicos, hindúes y musulmanes, creyentes y ateos— podrán unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: “¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios todopoderoso, ¡somos libres al fin!”

Tenemos un camino muy largo por recorrer para poder resolver este problema, pero gracias a Dios, hemos logrado mucho. Hemos recorrido un largo camino. Quiero terminar citando las palabras de un viejo predicador negro y esclavo, cuya gramática y dicción no eran del todo correctas, pero las palabras que pronunciaba eran de gran profundidad simbólica: “Señor, no somos lo que queremos ser. No somos lo que deberíamos ser. No somos lo que vamos a ser. Pero, gracias a Dios, no somos lo que éramos”. Gracias.

AMY GOODMAN: Ese fue el discurso del Dr. Martin Luther King Jr. en la Iglesia del Temple de Londres, el 7 de diciembre de 1964. Tres días más tarde, recibiría el Premio Nobel de la Paz en Oslo, Noruega. El audio de este discurso fue encontrada recientemente por Brian DeShazor, director del archivo de Pacifica Radio. Para obtener una copia del programa de hoy y para saber cómo fue que se descubrió esta grabación única de Luther King, visiten nuestro sitio web democracynow.org. El sitio del archivo de Pacífica Radio es PacificaRadioArchives.org.

Traducido por Manuel Vargas y Esther Ortiz. Editado por Verónica Gelman y Democracy Now en Español.

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