Por quién se paralizan las campanas

Columna30 de octubre de 2007
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    Por Amy Goodman

    Parálisis de Bell. Apareció de repente hace un mes. Acababa de bajarme de un avión en Nueva York, y mi amigo se dio cuenta de que tenía el labio caído. Sentía como si lo tuviera anestesiado con novocaina. Fui corriendo a la sala de urgencias. Los médicos me recetaron un tratamiento de esteroides y antivirales durante una semana. Al día siguiente se puso peor. Tuve que tomar una decisión: ¿Presentaré el lunes “Democracy Now!”, nuestro informativo diario? Podía hablar perfectamente bien, y ya estoy cansada de ver a mujeres (y a hombres) en la televisión que lucen como si acabaran de salir del set de “Dinastía”. Quizás, si los espectadores ven que la persona en la que confían para darles las noticias sigue ahí aunque tenga la boca un poco torcida, cambie la imagen que tienen de los amigos y familiares — o, de hecho, desconocidos — que afrontan algún problema de salud.

    Wikipedia, la popular enciclopedia de la red que cualquiera puede editar, afirmaba que había sufrido un derrame cerebral. Así que el martes decidí decirles a los espectadores y oyentes que estaba afectada temporalmente por la parálisis de Bell, una parálisis facial periférica, que no es dolorosa, y que “los médicos me han asegurado que volveré a ser yo misma en unas pocas semanas. Mientras tanto, esto sólo dificulta un poco el sonreír. Pero lo mismo ocurre con el mundo”.

    La parálisis de Bell afecta cada año a 50.000 personas en EE.UU. Es una inflamación del séptimo nervio craneal que conecta con el ojo, la nariz y el oído. La inflamación provoca la parálisis temporal del nervio. A algunas personas les impide cerrar el ojo, así que deben cerrarlo con cinta adhesiva por las noches, y otras personas no pueden hablar. George Clooney lo tuvo. Ralph Nader se vio afectado justo en el transcurso de una gira de conferencias. Se hallaba en Boston, debatiendo con alguien, cuando su ojo empezó a lagrimear y el labio empezó a colgarle. Eso no lo detuvo. Siguió con la gira, simplemente empezaba cada conferencia diciendo: “Al menos no me pueden acusar de hablar con doble sentido”.

    Estuve en Santa Fe, Nuevo México, entrevistando a Tim Flannery, elegido como “Australiano del Año 2007” por su destacado trabajo como explorador, paleontólogo, zoólogo y científico experto en el cambio climático. Antes de que subiéramos al escenario, me disculpé por mi sonrisa torcida. Me dijo que conocía la sensación puesto que había sufrido herpes zóster, una enfermedad vírica más dolorosa que afecta un lado de la cara. Poco a poco me empezaba a sentir menos sola.

    Al día siguiente, emitimos desde la Legislatura del estado de Nuevo México. El operador de cámara me dijo que el embajador Joe Wilson, marido de Valerie Plame, acababa de estar allí. Había participado junto con su esposa en una entrevista a distancia con Larry King. El operador le dijo a Wilson que yo estaba padeciendo parálisis facial periférica. Él dijo que también la había sufrido en una ocasión. Me encontré con Wilson después de nuestra emisión de la mañana. Me describió lo que le ocurrió. Fue hace diez años. Acababa de bajarse del Air Force One en África con el presidente Clinton. Se refrescó la cara con agua, se miró en el espejo y pudo apreciar la reveladora señal de la cara hundida, el ojo que no parpadeaba y el labio hundido; pensó que había sufrido un derrame cerebral. Avisaron al Centro Médico Militar Walter Reed, y en unos minutos le diagnosticaron a Wilson la parálisis de Bell. Clinton lo hizo sentarse y le dijo que había conocido a varias personas que la habían padecido, y que simplemente tenía que seguir adelante. Acabaría por desaparecer. Wilson voló a Luanda y pronunció un discurso en la pista del aeropuerto. Más tarde, ese mismo día, pasó por un estudio de televisión y apenas pudo reconocerse, con la boca torcida. Pensó que se parecía al actor Edward G. Robinson, como si fuera un duro gángster que hablaba con la boca ladeada.

    Incluso mi neurólogo padeció parálisis facial, y me dijo que simplemente debía seguir con mi trabajo, que con la medicación se curaría por sí sola. Sólo para asegurarme, visité a un acupunturista del barrio Chino de Nueva York, que tenía su consultorio junto a la oficina de apuestas de las carreras de caballos, ¡al haber oído que ese médico era una apuesta segura!

    Me alegra poder decir que la parálisis está remitiendo, y que me siento afortunada. Afortunada por el enorme apoyo recibido y por los cientos de correos electrónicos enviados por personas a las que no conozco. Una profesora de marketing de una escuela de negocios de Houston escribió: “Ver cómo seguías adelante a pesar de la parálisis facial me ha enseñado algo sobre mí misma. En la vida nos encontramos constantemente con personas que tienen imperfecciones físicas. ¿Por qué se nos impide ver gente con defectos e imperfecciones en televisión? Habitualmente, parece que los reporteros y presentadores de los informativos de televisión, especialmente las mujeres, acaban de ganar un concurso de belleza o un certamen de modelaje, lo que parece afectar negativamente la veracidad del mensaje que transmiten”.

    Me siento afortunada de tener un buen seguro médico, aunque me siento desafortunada de vivir en una sociedad en la que el acceso de otras personas a los servicios de salud depende de los caprichos del destino. Lo más duro de esta enfermedad ha sido la dificultad para sonreír. Me ha hecho comprender el hermoso regalo que es una simple sonrisa. Me recuerda a la sonrisa más famosa del mundo, o más bien media sonrisa, la de la Mona Lisa. Quizás incluso ella tuvo Parálisis de Bell.

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