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Enero 29 2011
Crecí en Egipto. De hecho pasé la mitad de mi vida aquí. Pero el sábado, cuando mi avión aterrizó en El Cairo desde el aeropuerto JFK, llegué a un país diferente al que había conocido toda mi vida. Este ya no es el Egipto de Hosni Mubarak y, sin importar lo que pase, no volverá a serlo nunca.
En la plaza Tahrir, miles de egipcios, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, ricos y pobres, se reunieron hoy para celebrar su victoria sobre la odiada policía del régimen, sobre las fuerzas de seguridad del Estado y para pedir la renuncia de Mubarak. Hablaron acerca de la protesta masiva del viernes, que fue la culminación de tres días de manifestaciones que empezaron el 25 de enero, cuando se conmemora el Día de la Policía Nacional. Fue un acto de revolución popular que muchos egipcios jamás pensaron que podrían ver durante el reinado de Mubarak. “El régimen ha estado convenciéndonos muy bien de que nosotros no podíamos hacerlo, pero los tunecinos nos dieron una idea, nosotros la tomamos y lo hicimos en sólo tres días”, dijo Ahmad El Esseily, de 35 años, autor y narrador de un show de televisión y radio, quien ha formado parte de las manifestaciones. “Somos muchos y somos fuertes”.
En El Cairo, decenas de miles de personas, de todos los estratos sociales, se enfrentaron contra la policía antidisturbios armados con escudos, macanas y cachiporras, y con el aparentemente inacabable gas lacrimógeno. Las personas hablaron de la protesta del viernes como una guerra: una guerra que habían ganado. “A pesar de que los gases lacrimógenos y los golpes nos seguían alcanzando uno tras otro”, dijo uno de los manifestantes. “Cuando alguno de nosotros parecía cansarse, otro lo reemplazaba. Nos dábamos ánimo entre nosotros”. Después de muchas horas, la policía se vio obligada a una retirada. Entonces, cuando enviaron al ejército, la policía desapareció.
El ejército fue recibido calurosamente en las calles de El Cairo. La multitud rugió con beneplácito, mientras un soldado fue cargado a través de la plaza Tahrir sosteniendo una flor en la mano. Docenas de personas se subieron a los tanques mientras estos rodaban alrededor de la plaza. A lo largo del día, la gente cantaba: “El pueblo, el ejército: una mano”.
Mientas que la policía y las fuerzas de seguridad del Estado han sido notorias en Egipto por su tortura, corrupción y brutalidad, el ejército no ha interactuado con la población durante más de 30 años y sólo es recordado orgullosamente por haber alcanzado la victoria en 1973 en la guerra con Israel. El toque de queda de las 4 de la tarde fue ignorado con el convencimiento de la gente de que el ejército no los lastimaría. La policía constituye una historia diferente. Su crueldad en los días pasados, décadas de hecho, ha sido bien documentada.
El sábado, algunas fuerzas policiales se refugiaron dentro de sus cuarteles en el edificio del Ministerio del Interior, al final de una calle que conecta con la plaza Tahrir. Cuando los manifestantes se acercaron al edificio, la policía empezó a disparar con fuego real a la multitud, obligándola a huir a la plaza de nuevo. Tres personas ensangrentadas fueron evacuadas. “La policía nos está matando”, gritó un hombre desesperadamente mientras hablaba por teléfono con Al Jazeera desde el exterior del edificio. Cuando los disparos terminaron, manifestantes desafiantes empezaron a acercarse al edificio otra vez. En el fondo, la ahumada y ennegrecida fachada del cuartel del Partido Democrático Nacional de Hosni Mubarak sirvió como un recuerdo ominoso de sus intenciones.
En este punto, parecía claro que la gente no iba a dejar las calles. Se comprometían con ellos mismos y se negaban a irse antes de que Mubarak lo hiciera. Ellos cantaban “Mubarak, el avión te está esperando en el aeropuerto” y “Despierta Mubarak, hoy es tú ultimo día”.
En un momento, un rumor difundido a través de la plaza Tahrir decía que Mubarak había huido del país. Una gran alegría inundó a la multitud. Las personas empezaron a saltar de felicidad. Un hombre lloraba incontrolablemente. Cuando resultó no ser cierto, los aplausos terminaron rápidamente pero dieron una breve visión del deseo inequívoco de expulsar a Mubarak. Los reportes ahora indican que los dos hijos de Mubarak y su esposa, Suzanne, han huido de Egipto, al igual que algunos de sus más cercanos cómplices de negocios. Muchas personas creen que esto es una señal de que Hosni no se quedará atrás.
Hay un gran sentimiento de orgullo de que esto sea un movimiento sin líderes, organizado por el pueblo mismo. Una genuina revolución popular. No fue organizado por movimientos de oposición, aunque ahora estos se han unido a las protestas en Tahrir. La Hermandad Musulmana hasta hoy salió en su totalidad. En un momento dado, empezaron a corear “Allah Akbar”, sólo para ser ahogados por cánticos mucho más fuertes que decían “musulmanes, cristianos, todos somos egipcios”.
A medida de que el sol se ponía sobre El Cairo, el silencio cayó sobre la plaza Tahrir, miles pararon para orar en las calles mientras otros se subieron encima de los tanques. Después de la oración de la puesta del sol, celebraron una “Ganaza” —una oración por los muertos en las manifestaciones. Cayó la noche y los manifestantes, miles de ellos, se comprometieron a quedarse en la plaza, durmiendo a la intemperie, hasta que Mubarak se vaya.
Mientras tanto, en El Cairo no hay un policía a la vista y hay informes de saqueos y violencia. La gente está preocupada de que Mubarak esté intencionalmente tratando de crear caos para, de alguna manera, convencer a las personas de que él es necesario. La estrategia le está fallando. Los residentes han tomado el asunto en sus propias manos, ayudando a dirigir el tráfico y organizando vigilancia armada entre los vecinos, con puestos de control y cambios de turno, en los distritos de la ciudad.
Este es el Egipto al que llegué hoy. Sin miedo y con determinación. No va a volver a ser lo que era. Nunca volverá a ser el mismo.
Sharif Abdel Kouddous es productor jefe de radio y televisión para Democracy Now!
Síguelo en Twitter en @sharifkouddous.
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Colaboraron en esta traducción: Irene Barrios, Esmeralda Cajas, Mariana G-González y Carlos Rodríguez.