50 años de los Papeles del Pentágono: Daniel Ellsberg cuenta por qué se arriesgó a pasar el resto de su vida en la cárcel para difundir las mentiras de EE.UU. sobre la guerra en Vietnam

Reportaje14 de junio de 2021

Esta semana se cumplen cincuenta años del día en que el periódico The New York Times empezó a publicar fragmentos de los Papeles del Pentágono, 7.000 páginas de documentos ultrasecretos sobre la participación de Estados Unidos en Vietnam desde la década de 1940; una historia que el Pentágono ocultaba. La filtración de estos documentos permitió que se conocieran las mentiras que el Gobierno había dicho durante años acerca de la guerra, y reveló que incluso altos funcionarios creían que era imposible ganarla. Además, terminaría contribuyendo al fin de la guerra en Vietnam y sería una gran victoria para la libertad de prensa. El periódico difundió documentos que Daniel Ellsberg y Anthony Russo, que trabajaban como consultores del Pentágono en la empresa RAND Corporation, habían fotocopiado en secreto. Ellsberg había estado profundamente involucrado en la guerra en Vietnam como analista de defensa y decidió arriesgarse a pasar el resto de su vida en la cárcel por revelar la verdad sobre Vietnam. “Me habían mentido. Le habían mentido a todo el país. Le habían estado mintiendo al Congreso sobre cuál era la situación”, dice Ellsberg. También señala que, durante años, altos funcionarios gubernamentales supieron que la guerra tenía “muy pocas probabilidades de ayudar a alguien y que sólo conduciría a un estancamiento cada vez mayor”.

Transcripción
Esta transcripción es un borrador que puede estar sujeto a cambios.

AMY GOODMAN: Esto es Democracy Now! democracynow.org, el informativo de la cuarentena. Soy Amy Goodman.

Se cumplen cincuenta años desde que The New York Times comenzó a publicar extractos de los Papeles del Pentágono, 7.000 páginas de documentos ultrasecretos sobre la historia oculta de la guerra de EE.UU. en Vietnam. La filtración de esos documentos contribuyó a la caída del Gobierno de Nixon, ayudó a parar la guerra en Vietnam y condujo a una gran victoria para la libertad de prensa. La revelación de The New York Times se basó en documentos que Daniel Ellsberg y Anthony Russo fotocopiaron en secreto mientras trabajaban como consultores del Pentágono en la Corporación RAND. Ellsberg había estado muy involucrado en la guerra de Vietnam y en 1964 viajó a ese país como analista del Pentágono. Pero tras cambiar su posición respecto a la guerra, Ellsberg decidió arriesgarse a pasar su vida en la cárcel para revelar la verdad sobre Vietnam. Los dos hombres fueron acusados de violar la Ley de Espionaje de 1917, así como de robo y conspiración.

Este es un fragmento del documental de 2009 “El hombre más peligroso de Estados Unidos”, el cual comienza con Dan Ellsberg.

DANIEL ELLSBERG: Fue en la noche del 1 de octubre de 1969 que sustraje por primera vez cientos de páginas de documentos ultrasecretos de la caja fuerte que tenía en la Corporación RAND. El informe comprendía 47 volúmenes y 7.000 páginas. Mi plan era fotocopiar el informe y revelar la historia secreta de la guerra de Vietnam al pueblo estadounidense.

PERIODISTA: El FBI intentaba averiguar quién entregó a The New York Times una copia de la investigación secreta del Pentágono.

MIKE GRAVE: ¡Pum!, cayó como una bomba. Cuando The New York Times publicó los Papeles del Pentágono, el país entró en pánico.

HENRY KISSINGER: Esto es un ataque contra la integridad del Gobierno. Si pueden robar archivadores enteros y entregarlos a la prensa, ya no podremos tener un Gobierno en orden.

WALTER CRONKITE: Se ha revelado el nombre de quien presuntamente entregó los Papeles del Pentágono al periódico. Se trata de Daniel Ellsberg, un importante analista político de los Departamentos de Defensa y de Estado.

PRESIDENTE RICHARD NIXON: Creo que es hora de que este país deje de convertir en héroes nacionales a los que roban secretos y los publican en los periódicos.

PATRICIA ELLSBERG: Era nuestro primer año de matrimonio y ya hablábamos de que podían encerrarlo por el resto de su vida.

REPORTERO: Dr. Ellsberg, ¿le preocupa de alguna forma la posibilidad de ir a la cárcel por esto?

DANIEL ELLSBERG: ¿No iría usted a la cárcel si eso ayudara a poner fin a esta guerra?

EGILBUDKROGH JR.: Sentíamos que estábamos en medio de una crisis de seguridad nacional. Henry Kissinger dijo que el Dr. Daniel Ellsberg era “el hombre más peligroso de Estados Unidos” y había que detenerlo.

AMY GOODMAN: Eso era parte de “El hombre más peligroso de Estados Unidos: Daniel Ellsberg y los Papeles del Pentágono”. El documental fue codirigido por Judith Ehrlich y Rick Goldsmith.

El Gobierno de Nixon decidió tomar medidas extraordinarias para silenciar y castigar a Ellsberg, entre estas la de allanar la oficina de su psiquiatra. Pero las irregularidades del Gobierno llevaron a que los cargos contra Ellsberg y Anthony Russo fueran desestimados.

Para hablar sobre los 50 años de la publicación de los Papeles del Pentágono nos acompaña Daniel Ellsberg, quien cumplió 90 años en abril. Durante las últimas cinco décadas Ellsberg ha sido un prominente crítico del militarismo estadounidense y de la política de EE.UU. sobre armas nucleares, así como un destacado defensor de otros denunciantes. Además, no ha dejado de revelar secretos gubernamentales. Hablaremos de uno de esos secretos que acaba de filtrar y por los que dice estar dispuesto a ser procesado. Por lo pronto vamos a Berkeley, California, al hogar de Daniel Ellsberg.

Dan, bienvenido de nuevo a Democracy Now! Este es un hecho muy significativo. El 13 de junio se cumplió medio siglo desde que The New York Times comenzó a publicar los Papeles del Pentágono. Hable sobre cómo llegaron esos documentos al periódico y sobre la decisión que tomó, especialmente para los más jóvenes, ¿en qué momento pasó de trabajar para el Pentágono, viajar a Vietnam, ser parte de la máquina de guerra, para luego dar un giro y decir “Pasaré el resto de mi vida en la cárcel, si debo hacerlo, para detener esto”?

DANIEL ELLSBERG: Bueno, el primer viaje que hice a Vietnam, Amy, en realidad fue en 1961 en un proyecto en el que analicé, de manera limitada, el desarrollo de la guerra. Durante una semana allí hablé con oficiales militares de contrainsurgencia que asesoraban a los vietnamitas y analizaban la guerra muy de cerca y leí sus informes. Quedó entonces muy claro para mí que la guerra, bajo el tiránico y corrupto dictador Ngo Dinh Diem, quien realizaba elecciones falsas en las que tendía a obtener el 102% de los votos en algunos distritos, se estaba perdiendo contra un grupo liderado por comunistas que habían expulsado a los franceses del norte de Vietnam algunos años atrás y que tenían ese prestigio de libertadores del país de la ocupación. Estados Unidos había dado forma a la idea de que una parte de ese país era tierra anticomunista, algo que apoyamos muy generosamente, como si, por ejemplo, el Reino Unido hubiese apoyado de manera suntuosa los estados confederados en nuestra Guerra Civil y les hubiese suministrado todos sus uniformes, sus municiones, sus raciones, todo, que es lo que el Ejército títere en Vietnam del Sur recibió de nosotros. Era evidente entonces que ese era, en extremo, un lugar poco prometedor para plantar la bandera contra el comunismo o a favor del imperialismo, algo tan imprudente como fue para los franceses el intentar reconquistar ese país. Habíamos apoyado a los franceses desde 1945 hasta 1954 y luego asumimos el esfuerzo por reprimir ese país y ocuparlo nosotros mismos.

Me sorprendió entonces, en 1961, el enterarme de que el presidente Kennedy había seguido, presuntamente, el consejo del presidente del Estado Mayor Conjunto Maxwell Taylor y de Walt Rostow, un alto funcionario de la época, de que todo lo que se necesitaba era enviar asesores, que no había necesidad de enviar tropas de combate, y que progresaríamos en nuestros objetivos si simplemente nos apegáramos al límite de 600 asesores, establecido en la Conferencia de Ginebra de 1954. Esa cifra aumentaría luego a varios miles y al final había unos 12.000 asesores en Vietnam. La idea era que el envío de asesores era suficiente para mantener el país en nuestro control, lo cual resultó ser mentira.

Eso fue en el 61. Años más tarde, cuando leí los Papeles del Pentágono, en 1967, yo estaba particularmente interesado en saber cuál fue en realidad el consejo que recibió Kennedy. Lo que sucedió fue que el presidente había estado mintiendo, con el respaldo de los mismos funcionarios, y que el consejo que recibió en realidad fue que enviar asesores no sería suficiente para frenar las fuerzas nacionalistas a las que nos enfrentábamos y que la única posibilidad que tenían era enviar tropas inmediatamente. También quedó claro que las expectativas no eran muy prometedoras en cuanto a tener más éxito que los franceses, pero que sin embargo harían su trabajo. En otras palabras, me habían mentido, le habían mentido a todo el país, le habían mentido al Congreso, sobre cuál era la situación.

Bueno, eso fue típico de todo el conflicto, que en realidad duró 30 años, desde 1945 hasta 1975. Hay una frase al principio de la serie documental de Ken Burns y Lynn Novick sobre la guerra: “Fue iniciada por hombres decentes con motivos honestos”. Eso no fue verdad ni por un solo día durante la guerra. Por muy decentes que hayan sido tal vez en otros contextos, estos hombres, en general tan inteligentes como los de hoy, lograron mentirle al público todos los días que duró la guerra y promovieron, de mala fe en realidad, una guerra que sabían que tenía muy poca probabilidad de ayudar a alguien y que solo conduciría a un estancamiento cada vez mayor, que es lo que de verdad sucedió durante los siguientes 20 o 15 años, más o menos, de la guerra, del 61 al 75.

Entonces, me di cuenta de que la historia se repetía, según los Papeles del Pentágono, al igual que durante el fin de la presidencia de Johnson en el 68, y ahora estábamos en el 69. Me di cuenta de que el presidente Nixon estaba siguiendo los mismos pasos de sus predecesores, luego de decirle al público, tanto en su campaña electoral como después, que se retiraría [de Vietnam]. Y, de hecho, planeó retirar las tropas estadounidenses de manera pausada a lo largo de su primer mandato, preferiblemente en sus inicios, pero, de ser necesario, como resultó ser el caso, tras varios años. Además, continuaría indefinidamente con la guerra durante su segundo mandato, brindando apoyo aéreo al presidente Thieu, el líder títere y exgeneral vietnamita, y a su ejército, el ejército que apoyamos y entrenamos.

Y virtualmente lo logró. Bueno, casi lo hizo. Retiró las tropas en 1973. Y la gente pensó: “Se acabó la guerra”. Pero en cuanto a los bombardeos, los refugiados, las torturas y muertes en Vietnam, Nixon seguía como antes. Y habría continuado así hasta 1977 o más allá, de no ser porque el presidente se vio obligado a renunciar debido a las acciones que cometió en busca de afianzar sus políticas y su permanencia en el poder. Nixon mantuvo su propia política de amenazar incluso con una guerra nuclear y una mayor escalada militar, que incluía la colocación de minas en Haiphong y Hanoi y el posterior bombardeo de Hanoi, lo cual sucedió, además de amenazar con invadir los llamados “santuarios”, es decir, otros países soberanos como Laos y Camboya, algo que también llevó a cabo. Hizo todo, menos el uso de armas nucleares, algo que sí discutió en los niveles más altos, mientras le decía a la gente que se iba a retirar de la guerra, otra gran mentira, como dijimos al principio.

En 1969 presenté ante el Senado, y luego a los periódicos en 1971, pruebas de que cuatro presidentes anteriores habían mentido de manera similar, con escaladas y amenazas, mientras la guerra continuaba. Preferían un estancamiento cada vez mayor y sangriento a la humillación de poner fin a la guerra del único modo en que podía terminar, es decir, concediendo a las fuerzas del sur, lideradas por comunistas, un papel en el Gobierno y detener el bombardeo del norte del país.

Pero Nixon estaba tan en deuda con el presidente Nguyen Van Thieu que tuvo que mantenerlo ahí incluso cuando ese era el factor más divisivo y el que haría que la guerra continuara entre 1971 y 1972. Nos enteramos mucho después de que Thieu consideraba que él había elegido a Nixon, y tenía razón en pensar así. Años más tarde nos dimos cuenta de que a finales de 1968 los asesores de Nixon, siguiendo sus órdenes, le decían a Thieu que esperara y no negociara, ofreciéndole mejores condiciones. Nixon tenía realmente la intención de darle mejores condiciones y lo hizo. “Te mantendremos en el poder”, aunque los comunistas demandaban, como parte de las negociaciones, que Thieu personalmente no hiciera parte del proceso. Y por esa razón estábamos en el conflicto. Y es por eso que decenas de miles de estadounidenses y millones de vietnamitas murieron: para mantener a Thieu en el poder mientras durara el gobierno de Nixon, y así fue. Nixon renunció antes que Thieu, quien dejaría el poder en 1975.

Eso no hubiera sucedido de no ser porque Nixon enfrentaba un juicio político por los delitos que cometió para continuar la guerra y mantenerla en secreto, en especial delitos en mi contra. Nixon quería evitar que yo publicara nuevos documentos que lo incriminarían, como los relacionados con las amenazas de una guerra nuclear, entre otras que hizo. Y como parte de esos intentos por evitarlo ordenó el allanamiento ilegal del despacho de mi expsicoanalista. Además, envió 12 cubanos, excombatientes de la Bahía de Cochinos, para incapacitarme totalmente durante una manifestación frente al Capitolio. El 3 de mayo intervino ilegalmente mis conversaciones telefónicas. Todo esto empezó a salir a la luz gracias a las declaraciones de John Dean ante los fiscales y del hecho de que Alex Butterfield dijera la verdad sobre las grabaciones del Despacho Oval, lo cual es esencial. Además, Elliot Richardson y Ruckelshaus rechazaron las órdenes del presidente de destituir al fiscal especial que estaba demandando acceso a dichas grabaciones y la Corte Suprema, incluyendo tres jueces designados por Nixon, falló por unanimidad que se debían entregar las grabaciones. Cada una de estas acciones fue esencial para que el presidente tuviera que decidir entre enfrentar un juicio político o renunciar. Y cuando decidió renunciar, la guerra se hizo tolerable. Es por eso que el presidente, o más bien, Henry Kissinger, me llamó “el hombre más peligroso de Estados Unidos”, porque temía que yo tuviera documentos que divulgarán la verdad sobre las mentiras que él y su jefe decían.

AMY GOODMAN: Esto fue incluso después de que usted hiciera públicos los Papeles del Pentágono. Quiero volver al documental “El hombre más peligroso de Estados Unidos: Daniel Ellsberg y los papeles del Pentágono”. Este extracto se centra en cómo el Gobierno de Nixon respondió a su filtración. Comienza con John Dean, quien fuera consejero de la Casa Blanca del presidente Nixon.

JOHN DEAN: Es posible que haya algún tipo de justificación legítima para que Nixon se viera tan preocupado. Él tomaba una decisión en el Consejo de Seguridad Nacional y al día siguiente la leía en la portada de The New York Times o algún otro periódico. Esto hacía que fuese casi imposible gobernar.

PRESIDENTE RICHARD NIXON: Solo porque alguien quiera convertirse en mártir, no significa que podemos permitirle este tipo de robo a gran escala o de lo contrario sucederá en todas las esferas del Gobierno. Tenemos que vigilar el objetivo principal. El objetivo principal es Ellsberg. Tenemos que atrapar a este hijo de puta.

JOHN DEAN: La filtración de los documentos cambió la Casa Blanca de Nixon. Fue lo que algunos hemos llamado el principio del período oscuro. Las cosas ya eran turbias y caóticas, pero se tornaron bastante feas. Ese fue un punto de inflexión para la presidencia de Nixon. Fue entonces cuando Egil “Bud” Krogh fue elegido para encabezar la llamada unidad de fontaneros.

EGILBUDKROGH JR.: El presidente me llamó al Despacho Oval. John Ehrlichman y yo nos reunimos con él. Se sospechaba que el Dr. Ellsberg tenía acceso a los planes de guerra más recientes desarrollados por el Gobierno de Nixon y que era capaz de hacer públicos esos documentos. Salí de esa reunión con la seguridad de que me encontraba ante una crisis de seguridad nacional y que había que tomar todas las medidas necesarias en respuesta.

PRESIDENTE RICHARD NIXON: El problema es que los buenos abogados siempre dicen: “Tenemos que ganar el caso en los tribunales”. Al diablo con los tribunales. Condenemos a este hijo de puta en la prensa. Así es como se hace.

EGILBUDKROGH JR.: El presidente había decidido formar una unidad de investigaciones especiales con personal de la Casa Blanca.

PRESIDENTE RICHARD NIXON: Tenemos que conseguir un mejor equipo.

CHARLES COLSON: Hay un hombre. Duro como una piedra. Se llama Howard Hunt.

PRESIDENTE RICHARD NIXON: Podría servir. Que trabaje directamente para mí. Yo también peleo sin guantes. Ahora, maldita sea, ponte a trabajar en eso.

EGILBUDKROGH JR.: ¿Daniel Ellsberg trabajó solo? ¿Estaba trabajando con más personas? ¿Fue parte de una conspiración? En ese contexto fue que E. Howard Hunt propuso obtener información que pudiera usarse para desacreditar al Dr. Ellsberg. Había que llevar a cabo una operación encubierta para examinar todos los archivos aún en poder del psiquiatra del Dr. Ellsberg, el Dr. Lewis Fielding. La propuesta le llegó a John Ehrlichman. Bajo la propuesta había dos líneas delante de las cuales decía “aprobar” y “desaprobar”. Escribió su inicial “E” en la línea de “aprobar” y luego añadió: “Bajo la garantía de que no se conozca el origen”.

AMY GOODMAN: Ese era un extracto de “El hombre más peligroso de Estados Unidos: Daniel Ellsberg y los Papeles del Pentágono”, el documental codirigido por Judith Ehrlich y Rick Goldsmith.

Además, Dan, The New York Times acaba de publicar una sección especial llamada “Descubriendo la historia secreta de la Guerra de Vietnam ” sobre la publicación de los documentos que usted les filtró. La publicaron ayer. Y entre las citas el diario destaca, algo muy importante, el contraste entre lo que se decía públicamente y lo que se estaba diciendo en privado. La guerra se estaba recrudeciendo en secreto. En 1963, el secretario de Defensa Robert McNamara declaró durante una rueda de prensa en la Casa Blanca: “Revisamos con mucho detalle los planes de los survietnamitas y los planes de nuestros asesores militares para las operaciones de cara a 1964. Tenemos todas las razones para creer que tendrán éxito”. Pero ese mismo día, el 21 de diciembre de 1963 McNamara dijo en un memorándum dirigido al presidente Lyndon Johnson, “La situación es muy inquietante. Las tendencias actuales, a menos que se reviertan en dos o tres meses, conducirán a una neutralización, en el mejor de los casos, y probablemente a un estado controlado por los comunistas”. En 1964, Johnson declaró en un discurso televisado: “Seguimos sin querer que la guerra se incremente”, pero en los Papeles del Pentágono se dice, el 1 de febrero de 1964, “Estados Unidos se embarcó en una nueva línea de acción […] En esa fecha, bajo la dirección de la clase dirigente del estamento militar de EE.UU., se puso en marcha un elaborado plan de operaciones militares encubiertas contra el Estado de Vietnam del Norte”.

Quiero enfocarme en cómo obtuvo los Papeles del Pentágono, Dan. Explique lo que sucedió; esto fue antes de que Kissinger y Nixon temieran que usted fuese a filtrar otros documentos sobre asuntos nucleares. Hable sobre el informe en su caja fuerte, que solo unas pocas personas tenían, y sobre su decisión de fotocopiarlo con la ayuda de sus hijos. Creo que Robert Ellsberg, su hijo que en ese entonces tenía 13 años, le ayudó con las fotocopias. ¿Por qué decidió hacer esto e incluir a sus hijos?

DANIEL ELLSBERG: Bueno, el gran periodista I. F. Stone dijo una vez: “Todo funcionario del Gobierno miente, y no se les puede creer nada de lo que digan”. Eso no significa que todo lo que digan sea mentira. Significa que cualquier cosa que digan puede ser una mentira y nunca es la última palabra. Siempre van a engañar a una audiencia u otra y uno debe sopesar lo que digan usando el sentido común y corroborarlo con otras fuentes. No hay un ejemplo más gráfico de eso que los Papeles del Pentágono.

Por supuesto, eso todavía es cierto. Lo que usted citó hace un momento pudo haber sido escrito sobre Afganistán y de hecho lo fue. Cuando The Washington Post obtuvo los Papeles de Afganistán hace un par de años, tal vez a menor escala, quedó claro que se han venido usando casi las mismas frases sobre Afganistán durante los 20 años de guerra que hemos pasado allí hasta el momento. Y podrían ser otros 20 años, incluso tras una retirada de las tropas estadounidenses, al igual que Nixon retiró las tropas de Vietnam en el 73 pero planeó continuar la guerra con el poder aéreo. Creo que ahora mismo hay un plan similar de continuar la guerra en Afganistán, matando afganos, creando refugiados, indefinidamente, desde bases fuera de Afganistán. Pero, de nuevo, en ambos casos hay personas discutiendo internamente, tal vez de manera razonable y realista, sobre la falta de progreso, mientras le aseguran a la ciudadanía que el Congreso aún puede hacer uso del dinero de los contribuyentes para la compra de suministros y el envío de tropas para defender a nuestros aliados títeres, indefinidamente.

Cuando me di cuenta de eso, año tras año, en el Pentágono, entre el 64 y el 65, luego estuve en Vietnam del 65 al 67, quedó muy claro que estas mentiras persistían con el interés de mantener una guerra en marcha. Siempre hubo una alternativa aparte de un mayor gasto como el Estado Mayor Conjunto solía querer, sin que el éxito fuera una posibilidad real. Dicha alternativa era retirarse, como fuera, y reducir los costos. El presidente siempre eligió no hacer lo último y prefería que no lo acusaran de perder la guerra o terminarla, sino de mantenerla en marcha con una leve promesa de ganarla. Era una promesa totalmente ilusoria por fuera y no confirmada por dentro. Al leer los Papeles del Pentágono vi que los presidentes, uno tras otro, habían recibido reportes bastante realistas de gente conocedora del tema, no de todos, había muchos mentirosos, pero muchos eran lo suficientemente realistas como para decirles que retirarse sí era una opción. De hecho, Nixon hubiera tenido bastante apoyo para una retirada. Pero eso implicaba que él llevaría la peor parte de las acusaciones de haber perdido la guerra. De haber hecho lo que quería el Estado Mayor Conjunto, algo que creo que él sabía, y con razón, que era muy insensato, eso hubiera conducido a una guerra nuclear con los chinos. En el caso de los vietnamitas. Nixon eligió no hacer eso, y en cambio decidió plantarse en su idea de continuar la guerra.

Me di cuenta de que ya no importaba si uno era cercano al presidente y le decía la verdad sobre la realidad. Él sabía eso. Y sabía que no era un asunto de enfrentarse al poder con la verdad. El poder significaba conocer la verdad y poder escoger no ser el chivo expiatorio en el caso de que Saigon pasara a ser la ciudad de Ho Chi Minh, como finalmente sucedió. Eso no iba a pasar bajo su mandato. Vi que la única solución era hacer que el Congreso tomara medidas. Al final lo hicieron, por cierto, bajo las circunstancias extraordinarias del Watergate. Pero durante años, eso tampoco parecía muy prometedor. Uno tras otro, cada congresista al que mostré estas realidades eligió dejar en mis manos su eventual publicación y no correr él riesgo de ir a la cárcel o ser repudiado por hacerlo él mismo. No pude conseguir a nadie que los hiciera públicos. Finalmente, Neil Sheehan…

AMY GOODMAN: Este es un punto crucial, Dan. Estos senadores eran conocidos como los senadores pacifistas y usted se acercó a cada uno. Y a pesar de que algunos se disculpaban, simplemente decían que no podían hacerlo ellos mismos.

DANIEL ELLSBERG: Sí. Eso se dice con frecuencia. Tan solo ayer, y yo sigo leyendo sobre esto cada tanto, leí que ellos no habían aceptado los documentos. Uno de ellos, McGovern, incluso dijo que no podía aceptarlos, porque eran ilegales.

AMY GOODMAN: El senador McGovern.

DANIEL ELLSBERG: Sí, el senador McGovern, que se postuló para presidente en esa época. Eso es algo totalmente opuesto a lo que en realidad me había dicho. Cada uno de los presidentes y congresistas: Fulbright, McGovern, más tarde el representante Pete McCloskey en la Cámara, el Senador Mathias, cada uno estaba contra la guerra, gente realmente pacifista dentro del Congreso, y cada uno dijo con entusiasmo que usarían los papeles, y garantizaron que mi nombre no tenía que conocerse, y ellos usarían la Constitución como referencia y dirían: “Según la cláusula de libertad de expresión, no puedo ser cuestionado sobre lo que presento aquí. No tenemos que dar su nombre”. A cada uno le dije, “Prefiero que no me nombren, pero eso no importa mucho. Estoy preparado, listo para ir a la cárcel por estas cosas, si por alguna razón tienen que llamarme para verificar la procedencia de los documentos y demás”. Eventualmente, después de pensarlo, cada uno se retractó.

Recuerdo también que Neil Sheehan de The New York Times me dijo: “No deberías hacerlo público en el Congreso”, que era lo que yo quería, “solo debería salir en The New York Times”. Él sabía que teníamos un conflicto en cuanto a eso. Yo consideraba que debería salir a la luz en el Congreso para que pudieran citar testigos, que declararan bajo juramento, testigos para confrontar los documentos. Yo pensé que eso era mucho más preferible a que saliera primero en los periódicos. Él, por otro lado, siguió insistiendo en que los documentos debían salir primero en los periódicos. Francamente, yo pensé: “Bueno, está un poco influenciado por la posibilidad de ganar un Premio Pulitzer”. Y yo no estaba convencido.

Pero, de hecho, él tenía razón. Más tarde, cuando se publicaron los Papeles del Pentágono, tanto el senador Mansfield, el líder de la mayoría, como el Senador Fulbright, presidente del Comité de Asuntos Exteriores, dijeron “Ahora debemos tener audiencias”. Y yo me preparé para eso. Pero no sucedió. De hecho, era Nixon quien quería audiencias, creo que trató de hacer que el congresista Hébert celebrara una audiencia porque, según ambas partes, se incriminaría principalmente a demócratas. Nixon las quería a pesar de que también harían quedar mal a los presidentes. Los senadores no las querían porque eran demócratas…

AMY GOODMAN: Dan, tenemos tanto de qué hablar en tan poco tiempo. Pero quiero llegar al punto en que usted y Tony Russo, su coconspirador, quien estaba trabajando en la RAND Corporation, dijeron: “Hagámoslo”, y decidieron fotocopiar ese informe de 7.000 páginas. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo sacaron a la luz los papeles? Y luego háblenos de cuando estuvieron en la clandestinidad.

DANIEL ELLSBERG: Bueno, he contado la historia muchas veces. Le pregunté a Tony si conocía a alguien que tuviera una fotocopiadora. Su novia de entonces, Lynda Sinay, ahora llamada Lynda Resnick, en California, jugó el papel crucial al decir inmediatamente “Sí, pueden usar mi fotocopiadora”. Nos cobró 10 centavos la página. Utilicé todos mis ahorros de entonces. Pero seguí con mi empeño. Tony me ayudó varias noches y luego seguí por mi cuenta.

Al principio, el tomar una maleta o, mejor dicho, un portafolios con los Papeles del Pentágono, y pasar cerca de los guardias, fue muy estresante. Solo tenían que pedirme que lo abriera para ponerme en aprietos. Con el tiempo me acostumbré a que no me lo pidieran. En ese entonces no era común que revisaran los portafolios. Creo que hoy en día nadie me agradece el hecho de que ahora tienen que abrir sus maletines.

Pero pude sacarlos y fotocopiarlos toda la noche, recopilar cosas, hacer varias copias de cada uno, traerlos de vuelta por la mañana, para que ningún jurado pudiera tener la sospecha, aunque no fue por eso que lo hice, de que al sacar los documentos se estaba privando de dicha información a su propietario. Eso solo sucedía durante la noche y yo era la única persona autorizada a leerlos en ese entonces, y a pesar de eso fui acusado de apropiación ilícita de una propiedad del Gobierno.

Eso continuó por un tiempo. Tony me ayudó unas siete u ocho veces y luego tuvo que hacer otras cosas. Durante el siguiente año lo hice solo, de forma intermitente, porque siempre pensaba que había muy pocas posibilidades de que esto fuera a tener algún efecto en la guerra. Termina en 1968. La escalada de la guerra bajo Nixon había comenzado en el 69. Él podía decir…

AMY GOODMAN: Quiere decir que el informe termina en 1968.

DANIEL ELLSBERG: Termina a finales del 68 bajo el Gobierno de Johnson. Nixon ni siquiera estaba incriminado directamente. De hecho, no se le menciona en los años de Eisenhower, lo cual es un poco extraño. En ese sentido, no le molestaba su publicación. Lo que sí le preocupaba era qué otros documentos podía revelar yo, y él tenía razón al preocuparse por eso, no era solo paranoia. Así que tenía que intentar evitar que yo lo hiciera y en ese entonces eso requería tomar la vía ilegal.

AMY GOODMAN: Quiero hablar ahora del año 1973, ya después hablaremos sobre otro informe que usted reveló hace poco y que muestra que estuvimos a punto de ir a una guerra nuclear en 1958…

DANIEL ELLSBERG: Sí.

AMY GOODMAN: …por el conflicto entre Taiwán y China, que ahora es de particular relevancia en el marco de la primera intervención de Biden en la cumbre de la OTAN y su posterior reunión con Putin. Pero por ahora quisiera hablar sobre el juicio de 1973 contra usted y Tony Russo y cómo terminó en un juicio nulo. Ese juicio pudo haberlo llevado a una condena de cadena perpetua por el delito de traición, tal como le sucedería a Julian Assange si llegara a EE.UU. y tuviera que enfrentar un juicio. Hable sobre lo que pasó y qué propició la anulación del juicio.

DANIEL ELLSBERG: Yo enfrentaba una posible condena de 115 años de prisión. Assange, por cierto, se enfrenta a 175, que en realidad son la misma cosa. Tal vez menos para mí ahora al enfrentar cargos similares, porque lo que he hecho en el último mes es un delito igual de grave que lo que el Gobierno de Obama o de Trump o de Biden han considerado punible en los últimos meses.

He revelado información que claramente se le estaba negando al pueblo estadounidense de manera continua, erróneamente, a un nivel ultrasecreto, o casi ultrasecreto. Eso fue lo que hice. Y dije: “Aquí está. Probemos si van a criminalizar la publicación de cualquier o todo material ultrasecreto, o de material confidencial, no importa la situación. Esa es la forma en que la ley en su forma básica existe. Probemos si esa ley es constitucional en EE.UU. bajo la Primera Enmienda”. Otros países tienen una ley similar, incluido Reino Unido, pero ellos no tienen la Primera Enmienda. Creo con firmeza que si la Corte Suprema fuese a tratar este asunto por primera vez, será muy difícil para ellos determinar la constitucionalidad de esa amplia interpretación de la Primera Enmienda.

AMY GOODMAN: Ya hablaremos sobre ello. Por ahora, háblenos sobre su proceso y cómo terminó en un juicio nulo.

DANIEL ELLSBERG: Bueno, primero que nada, terminó porque John Dean habló con la fiscalía el 17 de abril, casi el mismo día en que el presidente había reanudado los bombardeos en Vietnam del Norte. Nixon se enteró de que John Dean había revelado el allanamiento de la oficina de mi expsicoanalista. Obviamente eso era ilegal en el momento, aunque ahora, después del 11-S, puede que sea legal, pero antes era ilegal. Luego se conoció sobre las interceptaciones telefónicas realizadas ilegalmente en mi contra y que negaron durante dos años.

Eventualmente, se reveló que el presidente le había ofrecido al propio juez Matthew Byrne durante el juicio, el presidente y luego John Ehrlichman, le ofrecieron el cargo de director del FBI, que estaba en un período de transición en ese momento, y que era algo que el juez había querido toda su vida. Cuando nos enteramos de eso yo estaba convencido de que iba a perder. No le iban a dar ese puesto al juez si yo quedaba absuelto de los doce cargos por delitos graves. Así que él tendría que dar instrucciones que propiciarían mi detención por varios años por lo menos. Cuando eso salió a la luz decidimos pedir la nulidad del caso, pero el juez lo rechazó alegando, tontamente, que eso no había influido en él en absoluto.

Así que el juicio continuó. Más cosas salieron a relucir. En cuanto a las escuchas telefónicas, no pudieron encontrar los registros de las intervenciones ilegales a mis llamadas telefónicas, porque el presidente los removió de los archivos privados de J. Edgar Hoover y los incluyó en los archivos de la Casa Blanca, de donde no se podían obtener. Así que negaron que existieran tales registros. Tenían miedo, y con razón, de que Hoover fuera a usar estas tácticas ilegales ordenadas por la Casa Blanca para chantajear al Gobierno y mantener su cargo en el FBI.

Cuando el presidente… Lo siento, quise decir el juez. El juez dijo: “La totalidad de las circunstancias y extraños acontecimientos de este caso ofenden el sentido de la justicia”, y entonces desestimó todos los cargos con perjuicio, lo que significa que no podrían procesarnos de nuevo. Creo que esa fue la primera vez que un juicio a nivel federal era declarado nulo por tales motivos justo antes de que el jurado pasara a deliberar.

AMY GOODMAN: Dan Ellsberg, el excepcional denunciante de los Papeles del Pentágono, autor de “La máquina del apocalipsis: confesiones de un planificador de guerras nucleares” y “Secretos: memorias de Vietnam”, además de los Papeles del Pentágono.

Al regresar, hablaremos sobre su filtración más reciente. Así es, un documento secreto que él ha revelado, sobre cómo Estados Unidos consideró atacar a China con un arma nuclear en 1958. Él está dispuesto a ir a la cárcel por estas revelaciones. Quédense con nosotros.


Traducido por Iván Hincapié.
Editado por Igor Moreno.

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